A las empresas empiezan a temblarle las canillas ante la inminencia de una normativa que asusta sobre el papel con unas multas nada desdeñables. Hablamos de penalizaciones de hasta 20 millones de euros o el 4% de los ingresos globales anuales de la empresa, cantidades que nos llevan a pensar en un brindis al sol. Aquí el objetivo son las grandes multinacionales estadounidenses, en su mayoría, que se han adueñado de nuestros datos, gracias a nuestra candidez a la hora de acceder a sus servicios sin coste. Ya lo dijo alguien, si algo resulta gratuito, entonces el negocio eres tú.
Efectivamente, el GDPR nace con la idea de acabar con el uso y abuso que se hace de nuestros datos, sin nuestro consentimiento expreso. Este reglamento otorga a los ciudadanos europeos la potestad de sus datos, es decir, pueden exigir a cualquier empresa que le informe de la tutela de sus datos y, en caso de no cumplir con el precepto, poder denunciarla a la UE, que tomará cartas en el asunto.
Una herramienta para defender nuestra intimidad ante el mercadeo sin escrúpulos de nuestra información personal
Ya no vale comulgar con ruedas de molino, como el hecho de que Yahoo mantuviera en secreto durante seis meses que los datos de millones de clientes habían sido hackeados: y aquí no ha pasado nada. Las grandes multinacionales pueden ver cómo su negocio se resiente no solo por razones económicas sino que tocará su imagen corporativa e incluso se les puede cerrar el acceso al mercado europeo si se niegan a pagar la sanción. Una condición sine quanon para cumplir con el GDPR es la creación obligatoria de la figura del Data Protection Officer que será el enlace con las instituciones, el encargado de trazar la estrategia y de comunicar la fuga de datos con un tope de 72 horas.
A las empresas les acucia este tema porque no abundan los profesionales con un perfil mezcla de empresario, tecnólogo y abogado. Surge por tanto una gran oportunidad para el empleo cualificado. Por tanto, el GDPR no representa unas siglas tediosas y burocráticas para recaudar dinero, sino una herramienta para defender nuestra intimidad ante el mercadeo sin escrúpulos de nuestra información personal.