Tras un largo paréntesis de más de dos años, volví a ver una obra de teatro, titulada ‘Privacidad’, “una mirada inquietante a la falta de privacidad del mundo actual”, como reza en el cartel de anuncios. Durante dos horas de escenas rocambolescas y divertidas, con la participación interactiva del público, al que se le insta a mantener el móvil activado durante toda la función, los actores informan a los espectadores de todos los peligros que nos acechan como sujetos pasivos de un mundo digital que se nos está yendo de las manos, controlado por las grandes tecnológicas y las autoridades gubernamentales, que cada vez conocen más datos nuestros como consumidores; pero también como electores, como seres con tal orientación social o ideología.
La gente no es consciente hasta qué punto puede ser manipulada emocional o políticamente; el caso del Brexit es un ejemplo lacerante. La obra escrita por James Graham y Josie Rourke saca los colores a esta nueva sociedad que ha vendido su alma al diablo por un ‘me gusta’ en las redes sociales; que prefiere retransmitir por Facebook sus imágenes gastronómicas o vacacionales, con un ego rebosante de postureo, antes que disfrutar de sus experiencias de ocio de forma íntima.
Personajes exhibicionistas que necesitan su dosis diaria de likes, y que en el fondo se sienten solos e insatisfechos
Personajes exhibicionistas que necesitan su dosis diaria de likes, y que en el fondo se sienten solos e insatisfechos. El teatro tiene la virtud de hacernos meditar y sacarnos del espacio frenético del quehacer diario. Te hace ver por ejemplo que las nuevas generaciones, nuestros niños, van a desconocer el concepto de ‘privacidad’, pues han nacido de lleno en un universo digital al que se entregan sin armas culturales que te dan los años.
Y por suerte, el teatro te pone en guardia y te despierta el espíritu crítico que tan adormecido anda entre streamings y videojuegos. Es el momento de que despertemos del aletargamiento y que, sin discursos talibanes contra la tecnología, al menos encontremos una vía intermedia, congeniando las ventajas que aporta con los valores humanos esenciales de los que no debemos desprendernos.