La seguridad está de moda. Más que nunca, no hay proyecto que se ejecute o desarrollos ya en marcha que no contemplen la protección como uno de los principales axiomas a tener en cuenta. Sin embargo, la realidad muestra que la adopción de diferentes tipos de barreras no son suficientes para tapar los agujeros por los que acaban entrando los ataques, incluso continúan agrandándose. Los datos son más que elocuentes: una empresa en España se enfrenta de media a más de cien ataques cada año, en 2016 se ha superado el volumen de malware móvil detectado en los 11 años anteriores, además del hecho de que el pasado año el ransomware se incrementara en un 752%.
El mal está ahí y no parece que vaya a desaparecer. El problema radica en que las herramientas defensivas no parecen lograr el efecto esperado y las pérdidas en productividad y eficiencia, además de las económicas, irán al alza. Asociaciones gubernamentales y de las propias organizaciones son conscientes de ello y sus acciones solo sirven para mitigar los efectos nocivos de las agresiones. A ello hay que sumar el auge de los intereses políticos encaminados a abrir brechas en el terreno de la ciberseguridad -véase el ejemplo de la propia CIA entrando con ‘exploits armados’ en Android, iOS, Linux, MacOS y Windows-, algo que ha ocurrido siempre pero que se nos está haciendo hoy en día más patente.
Los expertos añaden a IoT como una puerta que hay que blindar ante lo que se espera una masificación de ofensivas maliciosas que intentarán atacar a través de miles y miles de dispositivos interconectados. Ante el panorama desalentador que se avecina conviene reflexionar seriamente y concienciar, ya que no lo está ni el empleado ni el usuario doméstico, y quizás también asumir que las soluciones tradicionales ya no son eficaces. Mayor investigación, colaboración e inversión se hacen necesarias.
