Cuando a este sector le da por una cantinela, no hay manera. Los analistas parecen tener mucha prisa en agilizar la obsolescencia de la tecnología, para poner en escena la siguiente maravilla. Siempre se ha dicho que hay dos velocidades, la del mercado y la de la innovación. Pero la realidad, por mucho que parezca, es tozuda y no se deja impresionar por las luces de neón y la grandilocuencia de los anuncios. En un entorno corporativo no se puede andar con frivolidades, el punto de vista pragmático es el que se impone a pesar de los cantos de sirena del marketing.
Me estoy refiriendo a la tan cacareada ‘Era Post PC’. Muchos dan por muerto el ordenador personal, y no digamos el de sobremesa, al que han enterrado con las siete llaves del Cid. Incluso yo mismo he vestido luto por el PC, sin saber que es un ave Fénix que se resiste a caer. El glamour de las tabletas, la musicalidad del Bring Your Own Device o la cacofónica consumerización parecen eclipsar una realidad silenciosa, que por carecer de atractivo no asoma a los medios. El mundo del ‘blanco y negro’ del ordenador de toda la vida sigue latente pero ya no suscita el interés de nadie.
Sin embargo, su importancia permanece vigente y para muchas empresas sigue siendo un producto necesario para su operativa diaria y objeto de adquisición en sus planes de renovación del parque informático. Según IDC, de los 3,6 millones de equipos que se vendieron en España en 2012, un millón fueron ordenadores de sobremesa y el resto, portátiles. La cifra es lo suficientemente significativa para que no se trate de un mercado residual. En las grandes compañías aseguradoras, bancos o la propia Administración Pública, el ratio entre sobremesas y portátiles es del 80% y 20%, según nos confirman fuentes de Dell. En el mercado de consumo el all-in-one tiene también su parcela. El ordenador no está muerto, por muchos intentos de homicidio mediático que sufra. Hay sitio para todos, tampoco el vídeo llegó a matar a la estrella de la radio.