“Frenazo gradual” era la fórmula que utilizaba en octubre el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su informe semestral ‘Perspectivas de la Economía Mundial’ para resumir la desaceleración que la economía española está sufriendo en prácticamente todos los parámetros de crecimiento. Nadie prevé seriamente una recesión, pero todos los analistas coinciden en certificar el cambio de ciclo, la llegada de un período en el que las progresiones y las mejoras continúan, pero el ritmo empieza a estancarse o incluso a bajar. Es una tendencia para toda Europa, como confirmaba recientemente Luis de Guindos, vicepresidente delBanco Central Europeo, que si bien no ve riesgo de una recesión, le preocupa la atonía económica que se traduce en un crecimiento débil: “Varios años con mínimo crecimiento”.
Algunos de los principales indicadores ya han dado la voz de alarma a lo largo de 2019, y a lo que hemos asistido especialmente después del verano ha sido a una sucesiva revisión a la baja de las expectativas sobre España, tanto de los organismos internacionales como la Comisión Europea, la OCDE o el FMI, como de otros nacionales como el Banco de España, servicios de estudio como BBVA Research o la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas), o agencias de rating como Standard & Poor’s, Fitch o Moody’s. Hasta tal punto, que el mismo Gobierno no tuvo más remedio que sumarse a la moderación y rebajar sus previsiones. Y como cabía esperar, la ralentización del PIB no llega sola: viene acompañada de un frenazo en la reducción del desempleo; una contracción de la producción industrial; un deterioro de la confianza en la economía y una caída del consumo; y todo ello mientras la deuda y el déficit no solo no se contienen, sino que no paran de crecer; el gasto proyectado por el Gobierno cuadruplica la recomendación de Bruselas y la Seguridad Social presenta un agujero récord. Pero, además, en un contexto de incertidumbre por la inestabilidad política, las tensiones en Cataluña, los riesgos del Brexit, la guerra comercial de Estados Unidos y China, y el encarecimiento del petróleo.
Crecimiento, pero menos
Primero Standard & Poor’s, luego Fitch y finalmente, Moody’s, las tres principales agencias de calificación mundiales, han alertado sobre la desaceleración de la economía española: la rebaja de las previsiones de estas agencias para el próximo año no es baladí, ya que los principales inversores internacionales suelen tomar muy en cuenta sus valoraciones para aumentar o reducir sus inversiones y la exposición a cada país.
Hay unanimidad en que en 2020 no se bajará del 13% en la tasa de paro, frente al aproximadamente 14% de 2019
Antes que ellas, ya lo habían hecho la CE, el FMI y la OCDE, en sus respectivos Informes de otoño: mientras el pasado julio, Bruselas estimaba el aumento del PIB español en un 2,3% para 2019, en noviembre rebajaba la previsión al 1,9%, a causa tanto de los indicadores económicos nacionales como de la desaceleración de toda la eurozona. De cara a 2020, la nueva previsión era aún más pesimista: el 1,5 %, muy por debajo de las proyecciones del Gobierno. Por su parte, el FMI advertía a mediados de octubre del “frenazo gradual” de la economía española, cuyo crecimiento perdería cuatro décimas cada año, pasando del 2,6% en 2018 al 2,2% en 2019, y al 1,8% en 2020 (una décima menos cada año de lo que pronosticaba en verano, pero sin asumir la revisión a la baja de los tres últimos años efectuada en septiembre por el INE por orden de Bruselas, que restaría alrededor de dos décimas en sus estimaciones). Finalmente, la OCDE rebajaba a mediados de noviembre el crecimiento de España dos décimas para 2019 (hasta el 2%) y tres para 2020 (al 1,6%), apuntando claramente a la incertidumbre política como factor decisivo. Pese a todo, y por no hurtar el “lado bueno”, España seguirá evolucionando mejor que la media de la Eurozona, que crecerá un 1,2% en 2019 y un 1,1% en 2020, y también mejor que la de los tres grandes países de la zona euro: Alemania, Francia e Italia.