Años atrás, las aplicaciones informáticas se ejecutaban en un ordenador central donde el usuario era un mero observador de la información, no pudiendo interactuar con ellas debido, principalmente, a los elevados costes de procesamiento y transmisión de datos. Para resolver esta situación nació la arquitectura cliente/servidor, que permite repartir la capacidad de proceso entre los equipos de cliente y el servidor central. Este avance mejora la escalabilidad y la centralización de la gestión de la información, aunque presenta algunas desventajas, como la congestión del tráfico de datos y su elevado coste, ya que es necesario desarrollar un software de cliente y de servidor.
En la década de los noventa, con el auge de Internet, surge un nuevo modelo de aplicaciones informáticas, basado en un navegador Web que, interpretando el lenguaje HTML, envía peticiones a un servidor de aplicaciones, el cual se encarga de escribir las páginas de forma dinámica y enviarlas al cliente. Esto provoca una recarga continua de páginas por cada mínimo cambio cada vez que el usuario pulsa sobre un enlace, generándose un alto tráfico de red. Otra de las desventajas de las tradicionales aplicaciones Web es la poca capacidad multimedia que poseen, ya que funcionalidades como la reproducción de un vídeo necesitan de un programa externo para poder funcionar.
De la combinación de las ventajas que ofrecen las aplicaciones Web y las aplicaciones tradicionales, nace la tecnología RIA como una nueva generación de aplicaciones que, sin duda, marcarán el futuro de los sistemas de información de empresas y corporaciones. Las aplicaciones RIA utilizan, al igual que las aplicaciones tradicionales de Internet, un navegador Web, pero cargan desde el principio toda la aplicación en el cliente, y sólo se produce comunicación con el servidor cuando se necesitan datos externos, ya sean de base de datos o de ficheros adicionales. Su arquitectura se basa en una aplicación-cliente y una capa de servicios separada, pareciéndose más en este aspecto a las antiguas aplicaciones cliente-servidor, con la diferencia de que únicamente solicitan datos del servidor, no necesitando ninguna otra información. Además son capaces de trabajar de forma asíncrona y sin conexión con el servidor, lo que proporciona una versatilidad inmejorable ante problemas de conexión.
Uno de los beneficios de las aplicaciones RIA es la importante mejora en la experiencia visual del usuario, haciendo de la aplicación algo muy sencillo de uso, además de ofrecer mejoras en la conectividad, despliegue instantáneo de la aplicación, agilidad de acceso y garantía de desvinculación de la capa de presentación, permitiendo el uso de la aplicación desde cualquier ordenador conectado a Internet y sobre cualquier sistema operativo. Otras ventajas que podemos destacar son la no necesidad de instalación, ya que es suficiente con tener actualizado el navegador Web; las actualizaciones de nuevas versiones son automáticas; un menor riesgo de infección por virus que utilizando programas ejecutables; más capacidad de respuesta, ya que el usuario interactúa directamente con el servidor, sin necesidad de recarga de página; ofrecer aplicaciones interactivas que no se pueden conseguir en HTML o evita la problemática de uso de diferentes navegadores al abstraerse de ellos a través de un framework. Son muchas las herramientas disponibles para la creación de entornos RIA, ofrecidas por distintos fabricantes y que, con unos costes razonables, permiten el desarrollo de este tipo de aplicaciones con presupuestos aceptables. Aquellos Integradores que apuesten por formar y preparar a sus equipos de desarrollo en estas tecnologías y ofrezcan a sus clientes soluciones basadas en tecnologia RIA, irán un paso por delante para posicionarse en un mercado marcado por una profunda crisis y que requiere una gran dosis de innovación, solidez de sistemas y bajo coste.