Hace poco, hablando con un compañero de carrera sobre transformación digital, pensábamos en ‘2001: Una odisea del espacio’. Una referencia en las películas de ciencia ficción estrenada en 1968, casi 20 años antes de que empezásemos a estudiar Informática en la Escuela de Informática de la UPV. De aquellas, nosotros todavía no teníamos PC en el laboratorio y sin embargo, Stanley Kubrick ya había ‘presentado’ una computadora con inteligencia artificial, capacidad de reconocimiento de voz y facial, con capacidad para la lectura de labios, de apreciación del arte, y de interpretación y expresión de emociones.
En un momento como el actual, con la ley de Moore y la ley de los Rendimientos Acelerados presentes, no me cabe duda de que, si algo de lo que HAL 9000 hacía, aún no lo tenemos cubierto, en poco tiempo será sobrepasado. Así que, lo que me preguntaba es por qué no ha ido todo un poquito más rápido y cómo es posible que 50 años después, todavía estemos hablando de digitalización, de industria 4.0, de transformación digital y, en muchos casos, desarrollándola de una forma incipiente. Quizás la respuesta sean las personas.
Cómo es posible que 50 años después, todavía estemos hablando de digitalización, de industria 4.0, de transformación digital. Quizás la respuesta sean las personas
Porque cuando tratamos de personas, hablamos de interacción, de procesos, de eficacia, de necesidad de mejora. Hablamos de comunicación. Y para optimizarla tenemos que mejorar tanto en habilidades personales como en capacidad tecnológica. Y aquí se presenta uno de los problemas que complican la ecuación que nos tiene que ayudar a resolver el problema de la eficiencia en el trabajo. La evolución de la tecnología está sujeta a la ley de Moore, que pronostica que, cada pocos meses, se duplica la capacidad de proceso de nuestros ordenadores. Pero las personas no mejoramos en nuestras capacidades a ese mismo ritmo.
Lo que también ha sucedido es que en los últimos años se ha democratizado el uso de la tecnología. El coste ya no es una barrera de entrada. En las organizaciones podríamos hablar de convergencia tecnológica, aunque entre ellas también podemos encontrar grandes divergencias competitivas, porque entran en juego otros muchos factores.
Las compañías que luchan por alcanzar y mantenerse en posiciones de liderazgo trabajan sobre tres claves: la experiencia de usuario (el cliente), la digitalización (los procesos) y la sostenibilidad y economía circular (la sociedad).
Y respecto a estos tres pilares, hay que ser excelentes en procesos operacionales y en procesos de innovación.
Las mejores compañías son aquellas que han conseguido un mejor equilibrio entre los tres elementos y mantenerlos en constante evolución. La digitalización supone la oportunidad de ser más eficientes gracias a los beneficios que la tecnología nos proporciona. La Industria 4.0 consiste en la digitalización de los procesos productivos en las fábricas mediante sensores y sistemas de información para hacerlos más eficientes.
La transformación digital va más allá y supera los conceptos anteriores. Muchas empresas están todavía en fase de digitalizar procesos, es decir, llevar la tecnología a su forma actual de operar. Y tendrían que estar trabajando en aprovechar todas las oportunidades y capacidades digitales que la tecnología brinda, para mejorarlos, evolucionarlos y, por qué no, incluso transformar su modelo de negocio o desarrollar nuevos modelos disruptivos.