Vemos día a día, cómo la inteligencia artificial avanza imperceptiblemente perfeccionando nuestra relación con las máquinas y tratando de mejorar nuestras condiciones de vida. Pero, ¿estamos las personas preparadas para esa transformación digital? Y no me refiero a la esfera profesional de forma exclusiva. La tecnología digital llega a nuestras vidas de forma disruptiva, rompiendo esquemas y verdades que han regido nuestro modo de actuar y de pensar. Uno de sus efectos inmediatos es acabar con refranes y saberes preconcebidos de épocas donde reinaba el determinismo y una concepción creacionista del mundo. En un nuevo escenario analítico y estadístico, pierden enteros palabras que rigieron nuestros destinos. Conceptos como culpabilidad, error, vergüenza, caridad… no deberían tener cabida en este nuevo entorno aséptico de números y datos objetivos. Esos odios ancestrales que lastran nuestro ADN ojalá terminen siendo pulverizados.
En un mundo global, todos competimos contra todos en una cancha planetaria, tratando de despuntar con nuestras habilidades que ya no son tan admirables y que relegan nuestro sentimiento de raza a otro baremo que ya no es moral sino totalmente práctico. Este entorno nos deja la constancia de que no somos más que un grano de arena en un desierto, nada relevante. Un mundo que destierra los gallos de pelea y los machos dominantes, y que nos hace reflexionar que no nacimos para dirigir los destinos del resto sino para contribuir en un proyecto común de progreso y de esperanza de igualdad. Conceptos como envidia, soberbia, superioridad… resultan esencialmente ridículos porque todas nuestras cualidades se miden con las de miles de millones de personas, por lo que terminan diluyéndose como gotas de agua. No quiero decir con ello que nos rindamos y no tratemos de ser los mejores en nuestra especialidad, simplemente que la vanidad es un sombrero que habrá que dejar relegado en el perchero. Aprovechemos la circunstancia de que el mundo digital nos ayude a liberarnos del odio ancestral que nos atenaza; ese miedo a lo diferente, ese deprecio a los otros…
Aprovechemos la circunstancia de que el mundo digital nos ayude a liberarnos del odio ancestral que nos atenaza
Como ejemplo, se me ocurre que la implantación del VAR ayuda a reducir el vandalismo y la intransigencia en los campos de fútbol. No entiendo por qué despreciamos y vilipendiamos a los árbitros, y lanzamos contra ellos insultos e improperios por la única circunstancia de que pite en contra de tu equipo, es decir, de tu tribu. Si a ese árbitro lo vestimos de digital, le desposeemos de cualquier piel humana, ya no lo valoramos desde el mismo punto de referencia. Ya no es un ser agresivo que ataca tus intereses, es un reloj, un factor objetivo que como si de un dios se tratase impone su criterio, que aceptamos con naturalidad. Y ese es el primer paso a la condescendencia y la transigencia, que tanto necesitamos. Creo que es el momento de pensar en transformarnos digitalmente y, quién sabe, a los mejor nuestros sueños idealistas, irónicamente, se lleguen a cumplir a través de nuestras creaciones y no de nuestro creador.