¿Sustituirá la inteligencia artificial a la humana?
No, no lo creo. Las máquinas funcionan con instrucciones en forma de algoritmos cada vez más sofisticados, más rápidos, más informados y más autónomos. Sus aplicaciones son múltiples y solo estamos viendo la punta del iceberg, pero ya se encuentran en la base del control de la mayoría de nuestras acciones cotidianas, movilidad, finanzas, trabajo, educación e incluso ligar, transformando nuestras vidas y nuestras profesiones. En ese sentido, la IA seguirá sustituyendo o ayudando en tareas que hacemos, como por ejemplo con el GPS, y nos ayudará a decidir y a desarrollar más rápidamente como el propio GPT o realizando tareas como la Roomba, pero no el pensamiento humano como tal.
¿Crees que aspectos como la curiosidad, la ironía y otras emociones podrán sustituirse por algoritmos matemáticos?
No, y creo que serán más necesarias que nunca porque lo que podamos planificar gracias a las nuevas tecnologías, lo delegaremos, aunque los avances en inteligencia artificial (IA) no parece que vayan a reemplazar las reacciones neuropsicológicas, cognitivas o de comportamiento que a diario generan en nuestro cerebro nuestras experiencias y que nos hacen tan complejos a la vez que en ocasiones imprevisibles e irracionales. Quien tiene hijos adolescentes sabe que hay una época en la que hay más hormonas que neuronas y de momento eso la IA no puede ni predecirlo. Otra cosa es que la tecnología emocional está mejorando y artificialmente se puedan desatar emociones o manipularlas a través de dispositivos tecnológicos.
¿Es necesario avanzarse a la regulación de la tecnología y sus usos?
España es de los países más avanzados con nuestra carta de derechos digitales, pero es imprescindible tener un marco regulatorio que los haga cumplir y que preserve nuestra libertad, protección y seguridad en el entorno digital y físico derivado de la digitalización, que evite desigualdades y brechas y asegure la libertad de expresión, de creación, de autoría y evite la desinformación, entre otras cosas.
¿Requieren de acuerdos globales los avances tecnológicos que estamos viviendo actualmente?
Por supuesto que sí. Hace pocos días más de 1.500 personalidades firmaron una carta abierta a través del Institute for the Future pidiendo un receso en el desarrollo de la IA para tener tiempo para discutir el marco regulatorio y ético de sus desarrollos. El problema es que estamos en una carrera imparable y solamente si todo el mundo como humanidad lo acuerda, será viable. Que se utilice la tecnología solo para el bien de las personas sería el mayor acuerdo de la humanidad y cambiaría el mundo como lo conocemos.
¿Qué papel juega la educación para promover la adquisición de ‘competencias previas’ en materia de IA?
La educación es fundamental en todos los aspectos de la vida, en este también. Los talibanes lo primero que han prohibido es la educación de las niñas por ser un arma de construcción y libertad masiva. Lo que se desconoce, se teme. Lo que se conoce, empodera y se adapta. El conocimiento es de las pocas cosas que cuando se comparte, se multiplica. Las recomendaciones de la UNESCO sobre la IA son que se deben adaptar los sistemas educativos para aprender competencias previas de IA, aritmética y otras disciplinas relacionadas, pero también aprender con la IA y aprender sobre aspectos éticos y valores.
¿Existen realmente máquinas inteligentes que piensan como las personas?
No que yo sepa y es difícil porque aún hoy en día nuestro propio cerebro es en parte un gran desconocido. Descifrarlo es uno de los retos de la humanidad. En 2013 se inició el proyecto BRAIN con Obama como mapeo de la actividad cerebral para lograr trazar un mapa tridimensional de la actividad de cada neurona del cerebro humano o, de manera similar, el Human Brain Project europeo que va en la línea de tener un atlas del cerebro humano y sus conexiones. Las IA se han diseñado por personas con un lenguaje natural que es propio de los humanos, pero las IA no piensan, computan información y procesan imitando procesos humanos. El pensamiento es un concepto mucho más profundo. Decía Descartes, “pienso, luego existo”.
¿Qué son los neuroderechos y cómo podemos regularlos?
Tal y como se reconoció el derecho a Internet, después a la privacidad y recientemente a la conectividad, ahora debemos reconocer los neuroderechos. En este sentido, Chile se ha convertido en el primer país del mundo en proteger la privacidad cerebral en su Constitución y la regulación de los llamados neuroderechos ya está en primera línea del debate jurídico mundial. Aquí el peligro, más que las máquinas nos controlen es que quien controla esas máquinas, nos controle. Yo espero sinceramente que con todos estos avances pueda ser libre y divina de la muerte. De ahí el título de mi libro ‘Antes muerta que analógica’, en donde trato todos estos aspectos y otros porque si no nos educamos, estaremos muertos en esta era de la IA.
¿Te parece bien que los robots empiecen a cotizar a Hacienda?
De la misma manera que ya existen dos países en el mundo donde se reconocen los derechos de propiedad intelectual a una IA, pero quien es su propietario es la empresa, con los rendimientos del trabajo debería ser lo mismo. Lo de ‘Hacienda somos todos’, de momento solo va por los humanos. Creo que eso requiere un debate profundo sobre qué consideramos o no un robot, por qué y para qué. De hecho, la propuesta de reglamento europeo sobre IA define diferentes tipos de IA en función de su objeto, como la IA de uso general o las de alto riesgo. Lo que sí que considero necesario es que las empresas hagan cumplir el reglamento de protección de datos y que exista una legislación al respecto del uso de IA que proteja los derechos de las personas.
‘Antes muerta que analógica’, una obra escrita por Àurea Rodríguez y editada por Editorial Horsori, explica de forma desenfadada, como madre, ciudadana y profesional, cómo las tecnologías afectan a nuestra economía global desde nuestra cotidianidad y viceversa. De manera sencilla, relata cómo su adopción acelerada está cambiando nuestros negocios, profesiones, formas de comunicarnos, de educar a nuestros hijos, de transaccionar valores (tokens, web 3.0) o de mejorar nuestra salud, a la vez que genera nuevos ámbitos que nos afectan, como la reputación en las redes o el derecho a la muerte digital. Su buen uso empodera y genera valor a las personas, organizaciones y países, siempre que sitúe a las primeras en el centro. Utilizarla sin ética ni valores provoca desigualdad, carencia de privacidad y autonomía y poder tecnológico malentendido.