Picasso dedicó toda su vida de genial artista a aprender a pintar como un niño. O sea que la madurez está en la regresión, en alcanzar nuestros valores prístinos y reconciliarnos con nuestra naturaleza. Pero me temo que la tecnología va por otro camino, contradiciendo los mandatos de nuestros clásicos ancestrales. La digitalización reside en crear o recrear un mundo a nuestra imagen y semejanza, sustituyendo al Sumo Hacedor, siendo dueños y señores de los acontecimientos. Un mundo donde somos los que marcamos el destino, y la innovación consiste en avanzar un paso más en esa escalada de pequeñas conquistas que nos llevan hasta un puerto desconocido y plagado de interrogantes. Las tecnologías nos van conquistando con mejoras insistentes, y como pequeños insectos van fecundando un jardín de flores sorprendentes (todas esas funcionalidades maravillosas que vamos descubriendo día a día en nuestros dispositivos digitales). El móvil cada vez reacciona mejor a nuestros deseos, y los asistentes digitales nos procuran un placer sin límites. Nos hacen sentirnos reyes de un entorno que nunca fue nuestro y en el que como nuevos ricos nos sentimos henchidos de autoridad, pero que tampoco somos capaces de controlar.
El lado oscuro
En todo paraíso late un infierno y muy especialmente en lo tocante a las adicciones humanas. La tecnología es muy adictiva, ahora que vivimos la explosión de las plataformas de streaming como Netflix o HBO y de podcasts. Contemplo a millones de personas atrapadas en un laberinto de series y redes sociales, encerradas en sus burbujas digitales, con una visión desestructurada de la realidad. La inmensa mayoría es incapaz de discernir sobre la veracidad de cientos de noticias falsas que pululan por las redes y que llevan al delirio irracional y a la creencia radical de los más disparatados argumentos. Bots manipulados por grupos de interés ya sean económicos o políticos siembran la cizaña a escala global, y el planeta está cada vez más radicalizado, y se acrecientan las diferencias de los diferentes colectivos.
Bots manipulados por grupos de interés ya sean económicos o políticos siembran la cizaña a escala global
No digo que la tecnología sea la culpable de tremendo desaguisado, pero sí que, en vez de contribuir a un futuro mejor, puede convertirse en un arma de perversión social y derivarnos hacia pensamientos supremacistas que acaben con las democracias y con el concepto de estado de bienestar que defiende Europa. Otro aspecto preocupante es el poder de las big tech, que concentran el uso tecnológico y que tanto Estados Unidos como Europa tratan de poner coto a su expansión abusiva. Ya lo advertía Gartner hace una década, que unas pocas empresas iban a dominar el mundo, con mayor capital y capacidad de influencia que muchos Estados. La falacia de la libertad de los mercados queda al descubierto, pues al final la tendencia a los oligopolios es irresistible; los hiperescalares copan la nube pública y acaparan la tarta del comercio electrónico.
Sin ánimo de ser derrotista, me temo que avanzamos por una senda arriesgada, sin saber las consecuencias y su impacto en el futuro. Un juego perverso de innovación sin condiciones, de una libertad mal entendida, cada vez más presos de ese dispositivo fetiche que nos rige el día a día.