De momento sigue siendo un amplio paraguas que engloba cualquier ‘cosa’ con capacidad de interconexión a la red: desde cualquier aparato electrónico inteligente, a pequeños sensores, pasando por electrodomésticos, teléfonos móviles inteligentes, dispositivos de monitorización deportiva, cámaras de vigilancia en estaciones meteorológicas o incluso coches autónomos. En definitiva, IoT hace referencia a cualquier objeto que lleve embebida la electrónica adecuada para poder conectarse a una red, para enviar y recibir información, ya sea entre otros dispositivos similares o con otro tipo de servidores y aplicaciones. Esta variedad de dispositivos además engloba decenas de protocolos de comunicación novedosos, incluyendo adaptaciones de Wi-Fi y Bluetooth o nuevos protocolos de bajo consumo de energía como 6LowPAN.
La funcionalidad más importante de IoT no es solo poder monitorizar y controlar los dispositivos conectados de forma autónoma y remota, sino la enorme capacidad que tiene este ecosistema de ofrecernos información. Consiste por lo tanto en disponer de una nueva capa de recolección y envío de datos y comandos de actuación entre los dispositivos. Por tanto, para el mundo actual, IoT es una pieza clave en los negocios del siglo XXI puesto que facilita la obtención del gran valor en auge: los datos.
El uso de los smartphones o teléfonos inteligentes como dispositivos sensores y actuadores, y los progresos en Big Data, han facilitado que la tecnología de IoT llegase a la cumbre de expectación según el ciclo de hype de Gartner en 2014. IoT está presente en numerosos escenarios y casos de uso: es un factor clave en la transformación digital de la industria, en el desarrollo de las smart cities e incluso en los cambios tecnológicos de otros sectores, como la educación. Como toda tecnología en proceso de maduración se enfrenta aún a grandes retos. Uno de ellos está relacionado con la falta de estandarización de las tecnologías y los protocolos que lo conforman, para poder garantizar la interoperabilidad de los dispositivos y facilitar la recolección de datos.
IoT se enfrenta con la falta de estandarización de las tecnologías y con el reto de la seguridad
El otro gran reto al que se enfrenta IoT, en parte relacionado también con estas características de gran variabilidad y falta de estandarización, es la seguridad. A finales de 2016 se produjo en EEUU un ataque masivo de denegación de servicio distribuido (DDOS) que inutilizó los DNS (Servidores de Nombres de Dominio) de grandes proveedores como NetFlix, Spotify, Twitter, Paypal, Verizon… Este tipo de ataques son habituales, pero este caso tenía un ingrediente inquietante que marcó un punto de inflexión: no se trataba de ordenadores personales o servidores infectados para generar el ataque, sino que la investigación posterior sacó a la luz que el tráfico malicioso venía de miles de ‘objetos’ autónomos conectados a la red como por ejemplo cámaras de videovigilancia o pequeños routers domésticos. No era un ataque basado en la potencia de cómputo de los dispositivos que lo originaban, sino en su número: miles de dispositivos abiertos, de escasa potencia de cálculo, pero que por un sencillo efecto de escala, juntos generaban tráfico falso en cantidad suficiente para desbordar los servidores de DNS, y así dejar desconectados a los grandes proveedores de servicios.
Si a esto le añadimos que estos dispositivos y su tecnología de interconexión y monitorización poco a poco se van integrando en servicios vitales para usuarios, empresas, instituciones e incluso estados, no es difícil imaginar situaciones apocalípticas dignas de un buen guión de cine. Las ‘cosas’ conectadas a Internet forman ya parte de nuestra vida cotidiana: sistemas de monitorización domótica, sistemas inteligentes en automoción, monitorización de constantes vitales en hospitales y un larguísimo etcétera. Y un fallo en un pequeño sensor o actuador puede desencadenar una catástrofe o permitir el acceso a datos muy sensibles. La longevidad de los dispositivos también compromete su seguridad. La mayor parte de los dispositivos que conforman la IoT no tienen la potencia suficiente, el hardware y/o el software necesarios, para realizar operaciones de actualización de su firmware y software de forma segura y remota, lo que a la larga aumenta las posibilidades de que sean descubiertas vulnerabilidades que comprometan su seguridad.
Un usuario final puede actualizar sus dispositivos periódicamente. Pero una institución que gobierne grandes infraestructuras de IoT no será lo suficientemente ágil, aumentando así la inseguridad de infraestructuras críticas con el paso del tiempo. Una vez que se superen estos retos, el futuro de Internet de las Cosas parece un negocio prometedor: las previsiones sitúan el impacto de IoT para 2020 en 50.000 millones de dispositivos conectados y la generación de 15 billones de euros de producto global bruto en 20 años.