Según los analistas, en 2020 habrá 50.000 millones de dispositivos conectados a Internet. Y todos estos dispositivos estarán transmitiendo datos. ¿Qué ocurre con estos datos? ¿Quién los gestiona? ¿Cómo se almacenan? ¿Están protegidos? No son preguntas sencillas, pero sí son prioritarias. Con la naturaleza dispar de IoT y la variedad de sectores a los que sirve, los dispositivos en sí tienen el potencial de estar ubicados (literalmente) en cualquier parte del mundo: desde un medidor inteligente en una casa a un sensor en una estación meteorológica remota, pasando incluso por dispositivos que informan sobre el momento adecuado para ordeñar una vaca.
Además, hay muchos dispositivos de uso individual, como cámaras o sensores para vigilar el hogar, que multitud de empresas y organismos públicos utilizan para monitorizar accesos o realizar controles ambientales. Como resultado, IoT es una malla de dispositivos que podría crear, almacenar y procesar contenido en numerosas ubicaciones físicas. Esta diversidad de usos y de ubicaciones plantea nuevos retos importantes para las organizaciones, que trasladan a los equipos de TI, respecto al procesamiento, la administración y la seguridad de los datos creados. El enfoque centralizado, que ha sido tradicional en TI, no es aplicable a IoT en la mayoría de los casos, por lo que se requiere un replanteamiento de las estrategias y controles de los sistemas informáticos dentro de las organizaciones.
Con la posibilidad de que se cree tanta información en el perímetro, es imposible moverla toda al centro de datos para procesarla de manera oportuna. Es aquí donde entra en juego lo que se denomina edge computing, que permitirá gestionar grandes cantidades de datos cerca de donde se crearon, posibilitando su análisis prácticamente en tiempo real y evitando problemas de latencia.
Sin embargo, y aunque se mejore la gestión de los datos, la seguridad seguirá siendo un desafío. Si bien la nube puede proporcionar la flexibilidad y el poder de cómputo para habilitar actualizaciones de parches de software en los dispositivos, la mera cantidad de dispositivos conectados significa que el hardware comprometido seguirá siendo un problema. En pocas palabras, cuanto más grande sea la red, más puntos de entrada posibles habrá para los hackers. La información que pueden generar los dispositivos es lo que les otorga su valor. Por ejemplo, una cámara que cuenta los automóviles que pasan por una intersección de tráfico no necesita almacenar todo el vídeo, tan solo reportar la cantidad de vehículos en períodos de tiempo específicos. Por tanto, es imprescindible entender qué información necesitamos extraer de los datos para manejarlos y procesarlos adecuadamente.
Esto conlleva desafíos únicos para los departamentos de TI, que deben garantizar que los datos provenientes de IoT se protejan, recopilen y procesen adecuadamente. La mayoría de las organizaciones de TI están acostumbradas a saber exactamente dónde residen sus datos. Con IoT, el desafío de conocer todo el contenido que posee una empresa es mucho mayor, con implicaciones obvias en la privacidad y las regulaciones de los usuarios, como el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR).
Con la digitalización de los mercados, un espacio competitivo cada vez más abarrotado, y un flujo aparentemente interminable de nuevos conjuntos de datos y tecnología, a menudo las empresas (grandes y pequeñas) y los organismos públicos pueden pensar que están nadando en contra de la marea tecnológica. IoT representa un cambio en la forma en que se afrontan los retos del negocio y las iniciativas TI relacionadas. Sin embargo, no debemos ver estos desafíos como insuperables. Aquellos que sean capaces de navegar por las nuevas complejidades de la administración física y la seguridad de los datos se verán recompensados. Al fin y al cabo, son esos datos los que les van a proporcionar el valor añadido que la IoT promete tanto para las organizaciones, como para los consumidores.