Con la consolidación de la revolución de la energía limpia existe un consenso generalizado respecto al papel decisivo que desempeñan las redes inteligentes. Además, la crisis económica ha generado un importante estímulo fiscal en Europa que ha puesto en marcha la transformación de las redes energéticas. Con más de noventa proyectos piloto de redes inteligentes en todo el mundo, no cabe duda que los gobiernos y las compañías eléctricas se han dado prisa para aplicar las nuevas tecnologías. Pero, a pesar del éxito de estas primeras experiencias, algunas utilities siguen esforzándose para encontrar argumentos financieros que apoyen la inversión en este tipo de redes. Mientras tanto, hay otra línea de actuación tendente a que los hogares se sumen a una nueva era en materia de consumo energético.
Las redes inteligentes son el punto de apoyo que permitirá impulsar una economía baja en carbono. No sólo ayudan a explotar fuentes de energía renovable distribuidas, sino que también contribuyen a gestionar el consumo energético de manera inteligente. Al tener un impacto tanto en la oferta como en la demanda de electricidad, no sorprende que las administraciones públicas estén apoyando activamente al sector.
Hay diferentes razones. China ha invertido más de 7.000 millones de dólares en proyectos de red inteligente hasta hoy, fundamentalmente para asegurar que su infraestructura esté a la altura de su crecimiento económico. En Estados Unidos se ha invertido una cantidad similar en un intento por remplazar una infraestructura anticuada. En Europa, la motivación es el empuje de la energía renovable y la reducción de emisiones. En nuestro continente, la financiación del estímulo varía desde los 800 millones de dólares en España en 2010 hasta los 397 millones en Alemania, pasando por los 265 millones en Francia. Con la obligación impuesta por la Comisión Europea de instalar contadores inteligentes en todos los hogares en el horizonte 2020 -y habida cuenta de la financiación que se ofrece a las ciudades- cabe esperar que surjan todavía más proyectos piloto. A finales de octubre pasado, los europarlamentarios llegaron a un acuerdo con los estados miembros de la UE para liberar 146 millones de euros adicionales. Una partida que gestionará el Banco Europeo de Inversiones destinada a financiar proyectos de eficiencia energética y energías renovables.
El sector europeo de las telecomunicaciones y las Tecnologías de la Información ya ha aprendido anteriormente cómo hacer frente a retos de consumo y regulatorios similares planteados por la nueva tecnología de banda ancha. Y, entre los mercados importantes, Francia ha sido el que ha obtenido mejores resultados. A partir del progreso de los proyectos piloto de red inteligente, está claro que las compañías eléctricas también pueden conseguirlo.
Sin embargo, un estudio realizado por Accenture para el Foro Económico Mundial ha puesto de manifiesto que, en algunos mercados, se ha fomentado que las utilities inviertan en redes inteligentes en un marco regulador que no refleja la agenda de bajo carbono. Para explicarlo de una manera sencilla, se les está pidiendo que contribuyan a reducir la demanda de energía mientras que se mantienen incentivos tradicionales que les animan a incrementar la oferta.
En otros casos, parece que las recompensas regulatorias no siempre reflejan los riesgos de inversión asociados con las redes inteligentes. En este punto, Francia tiene la ventaja de contar con un sector energético relativamente menos fragmentado. En mercados más liberalizados, como en el Reino Unido, con sectores de producción y distribución de electricidad atomizados, existe el riesgo de que quienes no han asumido los riesgos o no han realizado las inversiones puedan disfrutar de algunos de los beneficios.
Sea como fuere, las compañías eléctricas deben usar los proyectos piloto de redes inteligentes para compartir sus experiencias con los reguladores, con el fin de influir en los cambios necesarios en los marcos normativos.
El reto para los consumidores es de diferente naturaleza. La transición a una economía baja en carbono requiere una transformación en el comportamiento de los consumidores. Si bien Europa mantiene un firme compromiso para reducir sus emisiones y aumentar el uso de energía renovable, no deberíamos dar por hecho que los consumidores están dispuestos a cambiar sus hábitos de consumo. Si bien las redes inteligentes proporcionan la tecnología para ayudarles en este esfuerzo, los proyectos piloto ponen de manifiesto que la tecnología no es suficiente. Algunos han encontrado resistencia por parte de los reguladores, a quienes les preocupa el valor del consumidor, o por parte de los propios consumidores que no valoran necesariamente los beneficios.
Está claro que las utilities deberán complementar el despliegue de tecnología con campañas educativas eficaces. Y deberán implicar a los consumidores de forma proactiva para disipar sus temores respecto a facturas inesperadas o problemas en materia de privacidad de los datos. Y lo que es más importante, las compañías tendrán que emprender un cambio de los actuales modelos de negocio basados en producto a modelos de negocio que reconocen y satisfacen diferentes intereses de los consumidores. Actualmente, un consumidor medio interacciona con su compañía menos de diez minutos al año. La pregunta clave es si las compañías estarán dispuestas a entablar conversaciones más largas y complejas con los consumidores una vez se hayan convertido en proveedores de toda una gama de servicios de eficiencia energética. La tecnología está disponible ahora es cuestión de voluntad.
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