Hay una predisposición humana a no decir las cosas por su nombre o al menos a buscar un enfoque más políticamente correcto en un afán ‘buenista’ exagerado que oculta las verdaderas intenciones. Los mensajes de los proveedores son un caso de estudio sustancioso. Cuando desde Microsoft proclaman que quieren democratizar la Inteligencia Artificial, ¿qué se nos quiere decir?, “que tomando como modelo el sistema político basado en la igualdad de los ciudadanos, la compañía de Redmond, en un alarde de justicia social, acerca las bondades de la tecnología a cualquiera para pretender su felicidad profesional y personal” o “que la tecnología está lo suficientemente madura para ser rentable y ya hay una escala de mercado que permite extraer beneficios y ampliar la masa potencial de clientes, de una tecnología hasta ahora reservada a entornos de cálculo más reducidos y especializados”. La misma Pilar López comentaba que el ecosistema de Microsoft es el más “abierto y agnóstico del mercado”, algo que puede extrañar a muchos usuarios.
Lo de agnóstico, un término muy usado en el lenguaje tecnocrático, suena como un exabrupto fuera de su ámbito natural cuando lo oyes por primera vez aplicado al software y no al ámbito teológico y filosófico. Y no digamos evangelizar. Muchas multinacionales y analistas de prestigio cuentan con expertos a los que llaman ‘evangelistas’, que difunden la ‘buena ventura’ de la compañía a cuanto más mercados y usuarios mejor, todo en pro de ampliar su participación y notoriedad. Las empresas y su marketing no dudan por tanto en utilizar conceptos alegóricos para huir del puro sabor crematístico. Hace poco el consejero delegado de BBVA, Carlos Torres Vila, en una contorsión semántica explicaba que BBVA quiere “ser más que un banco, un motor de oportunidad”. Sin palabras.