El sector de las tecnologías es tan frenético y la innovación tan determinante que no ganamos para velatorios. Pido al lector un ejercicio y que indague por sus armarios y trasteros a ver con qué se encuentra. Seguro que algún vídeo VHS yace entre las telarañas en un rincón arrumbado, acompañado de estuches de películas gloriosas que ahora parecen estrellas apagadas que piden a gritos un lugar en un museo de nostálgicos.
También me apuesto que aparecen conectores obsoletos, cables de imposible catalogación y móviles que hace apenas unos años eran relumbrantes dispositivos y ahora nos parecen ridículos intentos de un quiero y no puedo.
Lo mismo les sucede a las películas de cine de finales de hace dos décadas, en las que ordenadores con monitores voluminosos habitan las redacciones de periódicos y despachos profesionales tratando de dar lustre a las escenas
O aquellas imágenes en las que el protagonista, en una angustiosa cuenta atrás mientras el enemigo acecha con intenciones asesinas, tiene que descargar un archivo clave para salvar el mundo, y luego lo graba en un disquete de 3,5 pulgadas. Entonces se nos cae el alma al suelo y la trama se desploma.
En el mundo lúdico esta obsolescencia vertiginosa es todavía mayor, en nuestra mente desfilan todo tipo de consolas (Atari, Sega…) que han enfilado su senda hacia el camposanto. Nada dura más de lo que dura, y cada vez dura menos. La lámpara de mi salón ha caído en combate en solo tres años pues se ha estropeado la placa led y no hay repuesto, tengo que sustituirla por una nueva.
Estamos embarcados en una carrera de innovación permanente que busca el máximo beneficio y a las empresas se les llena la boca de palabras como sostenibilidad y medioambiente, pero por su actitud parece que lo suyo es un blanqueo de imagen, pues se han instalado en un escenario donde todo es fungible, hasta sus mensajes. Pero el problema es que los usuarios aceptamos esta imposición con un conformismo que raya lo servil y no tenemos capacidad de respuesta, por muchas pataletas que demos.