El propio Steve Ballmer se va a jubilar a los 57 años, un chaval en estos tiempos de esperanza de vida cercana a los 80 años en Estados Unidos. Yo no acabo de entender que haya tomado su decisión personal de abandonar la presidencia de Microsoft, para estar más con su familia y volcarse en su gran hobby, el baloncesto. Me resisto a creer que un hombre de tal temperamento, que ha llevado la antorcha de la vanguardia tecnológica tantos años, que ha saboreado las mieles del éxito, de un plumazo rehúya el combate y se adocene al backstage de la historia.
Steve Ballmer ha terminado revistiéndose de pontífice y no ha sido capaz de ver que existía otro mundo más allá de sus dominios. Tendría que ser obligatorio insertar en nuestro fondo de escritorio la frase de Karl Marx, “quien no conoce la historia está condenada a repetirla”. A IBM, aquella grandeza monolítica estuvo a punto de llevarla al traste, por culpa precisamente del acorralamiento de Microsoft y otras empresas más jóvenes. Ahora cuando Ballmer se mire al espejo, supongo que alguna vez pensará en la ironía del destino, “no hay enemigo pequeño… cualquiera puede ser carne de cañón”.
Otro directivo que está empaquetando sus pertenencias y ha decidido estar más cerca de los suyos es Jim Hagemann Snabe, el coCEO de SAP, que se ha dado diez meses para dejar su puesto. La compañía alemana ha vivido su bicefalia de forma óptima y pronto retornará a una sola cabeza visible. En estos momentos de determinismo tecnológico, los CEO ya han perdido su aura de divinidad, son personas permanentemente fiscalizadas por el ojo crítico de los accionistas y víctimas de los vaivenes del mercado. Otro personaje que tira la toalla es Carl Icahn, el famoso inversor, que se ha retirado de su pugna por evitar la privatización de Dell, operación que encabeza el fundador Michael Dell y el fondo de capital riesgo Silver Lake. Todo parece indicar que estamos ante una nueva Dell, fuera del Nasdaq, a salvo de los tiburones asiáticos y con mayor proyección de futuro.