Cuando se habla de la mujer y el mundo de las matemáticas o de las ciencias, a la mayoría de personas se nos ocurre un nombre destacable, Marie Curie. Y célebre es la frase de esta precursora y ganadora del Premio Nobel en dos ocasiones: “Me enseñaron que el camino del progreso no era ni rápido ni fácil”. Podríamos decir que su cita más conocida sigue estando vigente a día de hoy, pese a haber pasado más de 100 años y haber avanzado mucho en igualdad desde entonces.
Ahora hablamos de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), de lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y a las niñas. También de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos. Todas estas ideas son magníficas y no puedo estar más que de acuerdo con este apoyo, pero hay todavía algunas barreras sociales y psicológicas entre las mujeres y los perfiles STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés).
Leo atentamente que solo el 13% de estudiantes de carreras STEM en España son mujeres, según un estudio de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), y reflexiono sobre si realmente ha cambiado la sociedad desde que decidí licenciarme en ingeniería química en la década de los noventa. Miro en nuestra empresa, FI Group, consultora especializada en el asesoramiento a empresas en la gestión de la financiación de la I+D+i, y veo que el 53,3% somos mujeres. En los puestos de responsabilidad, las mujeres ocupamos el 48% de los perfiles, mientras que la mitad (50%) del departamento de Consultoría (donde el 100% son perfiles STEM) son mujeres.
Entonces es cuando me pregunto si estamos adoptando algún tipo de política interna que nos haya llevado a esta privilegiada situación de contar con una plantilla tan equilibrada. Y la respuesta instantánea es que no. No hemos forzado ninguna situación, no hemos implantado ningún método de cuotas, ni hemos discriminado positivamente a las mujeres. Y es que creo que buscar la paridad entre hombres y mujeres en el trabajo no es algo que se deba exigir u obligar, sino que, como mucho, hay que incentivar.
La mejor manera es dar exactamente las mismas oportunidades tanto a nivel educativo como formativo, y también profesional. En primer lugar, una persona debe poder escoger libremente, sin tabús, qué es lo que se quiere estudiar. Para ello hace falta visibilizar más a las mujeres con estudios STEM para motivar a otras jóvenes a seguir sus pasos. Pero todo empieza con la educación que damos a nuestros hijos, en igualdad de condiciones.
Una vez las mujeres tengan menos impedimentos sociales para decidir sus estudios, entonces hay que revisar bien cómo acceden al mercado laboral. Ne me parece correcta, ni moral, la famosa brecha salarial, que las mujeres pueden llegar a cobrar hasta un 22% menos que un hombre haciendo exactamente las mismas funciones. Creo firmemente que tenemos que luchar contra esta situación, poniéndonos como objetivo la estandarización de los puestos de trabajo, para poder valorarlos de una forma objetiva con un salario adaptado al puesto y no a la persona.
En este sentido, las políticas de Recursos Humanos sí considero que deberían mejorar, desde la objetividad por méritos en las contrataciones hasta también meritocracia en las evaluaciones por desempeño que se realizan para los ascensos. Solo de esa forma conseguiremos que siga habiendo cada vez más mujeres en el mundo empresarial, científico y directivo, hasta llegar a puestos, de momento escasos, como liderar gobiernos.