Entusiasmo y claridad de mirada. Esas serían las dos cualidades que le definirían a primera vista. Cuando le conocí más directamente en una entrevista sobre la estrategia TI de RSI, donde ejercía como responsable tecnológico, entonces pude comprobar que su personalidad era desbordante. Y desbordante su caudal de conocimiento, un conocimiento fruto del trabajo y de la pasión por todos los proyectos en los que participaba.
No puedo considerarme entre sus amigos, pues no tuve tiempo para alcanzar ese puesto de honor. Pero sí entre sus admiradores y debo decir, como deudor que soy, que él me ayudó a enriquecer un artículo sobre inteligencia artificial, que tuvo luego su resonancia. Con toda la generosidad del mundo, tuvo la paciencia para instruirme en el mundo del machine learning y el deep learning, explicándome muy gráficamente la diferencia entre ambos conceptos, y me dio las claves para entender hacia dónde se encamina la tecnología.
Hoy en pleno agosto pandémico y agostado, recibo la noticia como una puñalada trapera, que me ha dejado compungido, sin defensas, en este entorno donde todo se ha vuelto contra nosotros.
Aún recuerdo su voz cristalina y su verbo fácil, y su discurso de maestro humilde, y yo bebiéndome sus palabras, contagiado por su entusiasmo e iluminado por esa luz que solo los grandes pueden desprender. Me siento al menos resarcido, pues tuve ocasión de darle las gracias por su aportación a mi trabajo y su respuesta fue digna de un espíritu desprendido y apenas le dio importancia. Me imagino, que sus seres queridos y quienes tuvieron la fortuna de conocerle más a fondo, sabrán de lo que hablo.
Descanse en paz.