Cuando hablo con directores de recursos humanos de compañías TIC, todos coinciden en afirmar que en sus compañías, especialmente las más grandes, hay establecidas múltiples políticas de teletrabajo, que tienen como principal misión ayudar a conciliar la vida personal y profesional. Y estoy convencida de que no mienten, pero también he comprobado que en el mundo real, al menos en España, la situación es bien distinta. Obviamente depende del sector analizado, porque de hecho el de la tecnología es uno de los que menos acusan este problema – aunque también sucede- y del tipo de puesto, ya que no siempre el teletrabajo es una opción viable, pero en un porcentaje muy alto son muchos los impedimentos que suelen alegarse para denegar una petición de teletrabajo.
Creo que no es una cuestión técnica u operativa, porque efectivamente, el coste de tener a un empleado trabajando desde su casa es infinitamente menor; tan sólo basta con pagarle una conexión de ADSL en su casa, instalarle las aplicaciones que necesita y muy poco más. Nada comparado con los gastos de electricidad, agua, calefacción, alquiler de un local, etc, etc. que conlleva mantenerlo a buen resguardo en las cuatro paredes de la oficina. Pero se trata más bien de un problema cultural: ni los jefes están preparados todavía para dejarnos a nuestro libre albedrío, temerosos de que no cumplamos con nuestras obligaciones laborales, ni muchos de nosotros hacemos nada por cambiar esa situación. Nos da miedo intentar dar el paso, y en muchas ocasiones nos sigue sorprendiendo la ‘cara dura’ de muchos que a la hora en punto de la salida osan soltar el boli para marcharse, a pesar de la carga de trabajo. Me pregunto por qué si a las 16 horas has terminado de hacer todo lo que tenías programado para ese día, tienes que esperar a las 19 para irte a casa, ya que quedarías muy mal si te ven salir antes. Además, muchos piensan que trabajar desde casa equivale a trabajar menos, cuando normalmente pasa justo lo contrario: se suele echar más horas porque el tiempo se lo gestiona cada uno como mejor le parece.
Por otro lado, y paradójicamente, acercar al usuario la movilidad y facilitar que pueda acceder a cualquier aplicación desde cualquier dispositivo móvil y lugar en el que se encuentre, es hoy una de las prioridades de prácticamente todas las compañías de software, quienes están haciendo verdaderos esfuerzos de I+D e inversión para hacerlo posible. La cuestión es si todavía en este país estamos preparados para asumir estos cambios.
La cultura presencial sigue imperando en las organizaciones españolas, donde se sigue valorando el número de horas que pases sentado delante del ordenador de la oficina, aunque no sean del todo -o en absoluto- productivas. ¡Cuánto queda por cambiar para asemejarnos tan siquiera un poco a nuestros homólogos europeos! Y con la crisis este problema se agrava mucho más, ya que la gente tiene miedo de perder su trabajo si a esa persona -a excepción de ciertos puestos, como los comerciales, que indudablemente tienen que estar en la calle- está ausente, porque el jefe se podría pensar que no está haciendo bien sus deberes. Así, el teletrabajo sigue siendo una gran quimera: conlleva reaplantearse el modelo laboral bajo el que se han venido haciendo las cosas durante años. Ojalá cambie la tendencia algún día.