La imagen del planeta azul es en realidad muy joven en el imaginario colectivo. Probablemente, no acumule ni cuarenta años de antigüedad, los mismos que tiene la carrera espacial y, en particular, la llegada del hombre a la Luna. Contemplar nuestro planeta desde el exterior fue, a juicio de los astronautas de esa histórica misión, la experiencia más maravillosa y transformadora que hasta la fecha habían vivido. Y, sin duda, también lo es para el resto de los humanos que transitamos sobre la corteza terrestre. A partir de ese icono, interiorizado por cada uno en su propia mente, podemos hacer abstracción de nosotros mismos e imaginarnos la poquedad del ser individual y colectivo en medio de la inmensidad del Universo.
Pero, al margen de disquisiciones filosóficas, espirituales o poéticas, de la imagen cenital de la tierra nos interesa el enorme aluvión de información que nos proporciona y, sobre todo, su procesamiento por parte de innovadoras tecnologías de la información, para fundamentar múltiples decisiones que nos afectan en nuestra vida cotidiana.
Lo que muchos quizás no sepan es que la información geográfica que proporcionan los satélites y los aviones de reconocimiento fotográfico constituye la horma sobre la que se van sedimentando datos de todo tipo y de toda índole sobre los aspectos más específicos que uno pueda imaginar, a cargo de instituciones públicas y privadas. Se trata de un maridaje perfecto entre la información y su ubicación o posición geográfica, que ha dado como resultado un valor superior que la agregación de los sumandos y que se conoce como Sistemas de Información Geográfica (SIG). La incorporación de un tercer factor, Internet, ha permitido, sobre todo en la última década, que esos SIG se erijan en una ventana abierta al mundo, cuyo valor no es ya el hablarnos de su extensión y orografía, sino más bien el penetrar en su corteza y diseccionar lo que acontece sobre ella para mejorar la calidad de vida de los seres humanos y preservar la sostenibilidad del planeta. Los Sistemas de Información Geográfica han transformado la forma de abordar múltiples problemas, pues a su capacidad de analizar los datos, ya presente en otras potentes aplicaciones informáticas, han sumado la característica de presentarlos sobre el territorio concreto en que se desenvuelve la propia vida. A su favor juega la imagen, qué duda cabe. No debemos olvidar que es la forma natural que tenemos los humanos de representarnos la realidad, por muy compleja que sea ésta.
Gracias a estas características, los SIG han desembarcado con fuerza en el ámbito del medioambiente e, incluso, en la gestión de esos microcosmos plurales que subyacen a la actividad de las empresas. Por ejemplo, su aplicación está resultando decisiva en campos como la lucha contra el hambre o la prevención de catástrofes naturales. En este caso, la clave consiste en añadir a la información sobre fenómenos y condiciones naturales recurrentes de un territorio, toda la información demográfica, sociopolítica o sanitaria de que se dispone.
Su papel, igualmente, es decisivo en la planificación de otra serie de acciones que tienen en su punto de mira la mejora de las condiciones de vida en el planeta. Ejemplos reales del empleo de los SIG en nuestro país son aplicaciones que evalúan el impacto del calentamiento global sobre la crecida de las aguas marítimas, facilitan la lucha contra las plagas, la planificación de los regadíos o hacen posible una agricultura de precisión, mediante el estudio de los suelos y los cultivos que mejor se adaptan a ellos. Por todo ello, podemos afirmar que la época de las grandes expediciones y de los descubrimientos geográficos ha pasado ya, y que es la geografía invisible a los atlas, la que añade referencias sobre lo que realmente importa a los seres humanos, la que se está abriendo paso hoy a una velocidad de vértigo.