“¡Cómo han cambiado las cosas en estos años en su país!” A Mariano Rajoy le sonó a música celestial este elogio proveniente nada menos que del líder de la primera potencia mundial, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en la cumbre del G-20 en Turquía a mediados del pasado noviembre.
Algo parecido volvió a escuchar ese mismo día en la sesión plenaria a puerta cerrada, de labios de Jean- Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, que loó también las reformas económicas españolas y nos puso como ejemplo en presencia de los mandatarios de los veinte países que controlan el 85% de la economía mundial.
Y es que España, con un crecimiento superior al 3%, ya es la cuarta economía más pujante de la eurozona (solo por detrás de Irlanda, Luxemburgo y Eslovaquia) , y está duplicando la media de la zona euro y triplicando la de otras grandes economías de la UE; aporta uno de cada dos empleos que se crean en Europa, encadenando ya más de dos años de creación de empleo, en un claro cambio de tendencia respecto al continuo aumento del paro que sufríamos desde 2007; el consumo privado y la demanda interna se expanden por fin a ritmos próximos al 4% y tiran fuertemente de la economía; la confianza del consumidor recupera el signo positivo y roza los máximos de los últimos años; por primera vez los inversores están dispuestos a pagar por comprar deuda española, no solo letras a corto plazo, también la de a un año; y se vislumbra algún signo positivo de contención de la deuda al lograr el Estado en octubre, ocho años después, superávit primario, es decir, ingresar más de lo que se gasta (sin contar los intereses de la deuda).
Como era lógico, todos estos datos y señales, y algunos más, fueron el principal argumento del PP en su campaña electoral en busca de su segunda legislatura. Rajoy presentó los “deberes económicos” aparentemente hechos, minimizando los potenciales elementos negativos, internos y externos, que pueden afectar a nuestra economía. Aunque las amenazas están ahí: desde la pérdida de mercados exportadores por la crisis de los emergentes y en general el estancamiento mundial, hasta la ralentización de la inversión, la abultada deuda pública, privada y exterior y los elevados niveles de paro y de pobreza, todavía en los podios europeo y mundial. Y eso sin contar con factores políticos como la inestabilidad parlamentaria, el desafío soberanista catalán o la corrupción, no tan fácil de extirpar.
Crecer en la desaceleración
Muchos piensan que se han precipitado quienes han dado ya por muerta y enterrada la Gran Recesión mundial. La recomposición que China está llevando a cabo en su modelo de crecimiento, dando mayor peso al consumo y el sector servicios en detrimento de la industria, le permite importar menos materias primas, lo que asesta un fuerte golpe a los países exportadores y emergentes de Asia y Latinoamérica. El mundo mira con desasosiego el frenazo de la economía china; otros emergentes como Brasil o Rusia no saben salir de la crisis; y Estados Unidos y la Eurozona se enfrían… Y mientras, España crece y seguirá creciendo a un ritmo significativo, según las últimas previsiones del informe Situación de España del cuarto trimestre de 2015 del Servicio de Estudios de BBVA, que sitúan el avance del PIB español en 2015 (3,2%) y 2016 (2,7%) por encima de los de las primeras economías mundiales (EEUU y Europa).
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