Especial Computing 15 Años: Sinfonía de un mundo nuevo

Si el descubrimiento de América en 1492 marca el inicio de la Edad Moderna y la Revolución Francesa de 1789 es el umbral de la Edad Contemporánea…

Publicado el 26 Jul 2010

No sería de extrañar que los historiadores señalen pronto un nuevo hito que dé paso a la Edad del Conocimiento, debido a la rotundidad y fuerza con la que ha entrado el siglo XXI desbaratando todo a su paso y reordenando las reglas de un mundo que ya no nos parece tan controlado y previsible.

Los acontecimientos se suceden con una rapidez inusitada y el progreso avanza a pasos agigantados en cualquier orden de la vida, la ciencia y la cultura. Es como si el futuro nos arrastrara de las orejas dejando a su paso cierta desazón de permanente obsolescencia. La vejez, el culto de las sociedades tradicionales, es un valor a la baja y se impone el dinamismo de la juventud como divisa. Los personalismos también pierden peso y lo colectivo empieza a encontrar su sitio.

Es como una sinfonía de un mundo nuevo en donde interviene una orquesta coral poniendo las bases de una carretera que se antoja infinita y llena de posibilidades. En nuestro tiempo quince años dan para mucho, para tanto que echar un vistazo atrás puede llegar a sorprender a más de uno de nosotros. La sociedad está mudando su piel como un reptil y adoptando innovadoras costumbres, con las nuevas generaciones como auténticas adalides del cambio.

Quien haga el ejercicio de retroceder tres lustros y pensar cómo era y cómo trabajaba, seguro que no se reconoce y se ha cuestionado alguna vez cómo era posible vivir sin correo electrónico, sin la BlackBerry o sin Internet. ¿Quién recuerda cómo se rellenaba a mano el impreso de la declaración de la renta? ¿Alguien conserva un billete de avión que tenía aspecto de chequera? ¿Cómo eran las oficinas bancarias llenas de colas para pagar el agua o la contribución? Todo ha cambiado más de lo previsto, en este guión de locos, donde los guionistas han visto cómo la criatura ha superado al creador, tornándose en una especie de Frankestein que anda por sí mismo y marca los nuevos dictados.

Los progresos científicos y técnicos han alcanzado dimensiones espectaculares durante estos quince años: los robots Viking pisan suelo marciano (1996),clonación de la oveja Dolly (1997), clonación del primer embrión humano (2001), se completa la secuencia del genoma humano (2003)… Un pequeño botón de muestra de un mundo que ha dado carpetazo a la era analógica y que blande los apellidos digital y sostenible. El planeta ahora es más pequeño -como insisten desde IBM- se ha instrumentalizado y es posible medirlo y utilizar esa información para mejorar la calidad de vida y automatizar procesos. La tecnología ha entendido que su papel es poner orden en la desmesura de una civilización que ha derrochado recursos y esquilmado el medioambiente por culpa de un poder fáctico industrial agonizante que se niega a morir y entorpece el camino hacia las energías renovables y de las nuevas propuestas de automóviles eléctricos que pese a ellos ya empiezan a balbucear. Los biométrica, la nanotecnología, la inteligencia artificial, la supercomputación y la robótica marcan las directrices de un futuro de ciencia ficción.

En este periodo se ha culminado el proceso de globalización que se inició en la década de los sesenta del siglo XX, preconizado por el teórico de la comunicación Marshall McLuhan que habló por primera vez de la aldea global. La Wikipedia, -un símbolo de esta nueva etapa coral que ha sido capaz de tumbar la ilustre Enciclopedia Británica y a todas las enciclopedias por extensión- define el concepto de globalización: “un proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global”.

Es la edad de oro de las multinacionales que aprovechan cualquier circunstancia para mejorar sus costes y obtener mayores beneficios utilizando el planeta como un tablero de parchís. Entonces surge el offshoring como la búsqueda de la rentabilidad a través de un modelo geoestratégico. Las compañías desplazan sus centros de desarrollo y de producción a países del tercer mundo caracterizados por su mano de obra barata y por otras ventajas de carácter fiscal y legal. En la década de los noventa, se inició una escalada de deslocalización de servicios de bajo nivel como call centres. Posteriormente se empezó a externalizar tareas de mayor calado a zonas cercanas, que dio lugar al nearshoring.

La globalización conjuga conceptos como capitalismo democrático, informatización y nueva economía. Y hete aquí que Internet se convierte en el eje primordial que vertebra todas las piezas del puzzle.

Internet ha cambiado nuestra visión del mundo, la forma de relacionarnos con la información y ha conseguido que las comunicaciones sean algo cotidiano salvando cualquier distancia. La Red ha obrado otro milagro: compendiar la cultura, haciendo realidad lo que los enciclopedistas franceses del siglo XVIII iniciaron como una tarea titánica. Ahora, con el apoyo de millones de personas, es posible reunir el conocimiento e ir enriqueciéndolo con aportaciones de anónimos y desinteresados usuarios que pasan las noches navegando. La revista Time reconocía en su portada de diciembre de 2006 que el personaje del año era ‘you’ (‘tú’), es decir, el internauta anónimo que participa desinteresadamente en la World Wide Web y que contribuye a la democracia virtual.

Pero también ofrece grandes posibilidades tanto al sector público y al privado en tanto que facilita la creación de servicios web, la administración electrónica, la modernización de aplicaciones y modelos con gran proyección como es SaaS o cloud computing.

En suma, la Web se ha convertido en la cancha de juego a partir de la cual se edifican los nuevos modelos de negocio chocando frontalmente con los tradicionales. De hecho, la crisis de las punto.com de los albores de siglo no fue sino el choque de un concepto incipiente exagerado frente a un modelo estático. La fiebre del oro virtual se disparó por todos los rincones y una ola de modernidad desterró de un plumazo conceptos de negocio representados por la metafórica corbata. El dinero de las firmas de capital riesgo acudió en manada a soportar cualquier idea por disparatada que pareciera. Fue un espejismo, con el que se produjo la primera limpia y el mundo empezó a partir de entonces a hablar de ‘clic and brick’, poniendo un pie en la realidad y el otro en la imaginación.

Aquellas empresas que superaron la hecatombe y otras que nacieron al calor de un nuevo impulso tecnológico, ya sustentado en la sensatez, fueron poniendo en marcha los cimientos del mundo on line. Aquí es necesario hablar de la gran aportación de Google, Amazon o Yahoo como los principales lanzadores de la carrera. Pero este horizonte brillante muestra algunas zonas de umbría y que puede sembrar dudas sobre la dirección adecuada del progreso.

Nos referimos uno de los puntos débiles de la nueva sociedad, donde el terrorismo tiene un comportamento similar al del malware informático por ser indiscriminado y buscar objetivos masivos. Si el 11 de Septiembre de 2001, el mundo se nos cayó encima con el desplome de las torres gemelas de Nueva York, el 11 de Marzo, la explosión de los trenes de Atocha nos degarró el corazón para siempre, y desde entonces nos debatimos entre la disyuntiva de seguridad y privacidad. Viajar en avión o navegar por Internet requieren que extrememos precauciones.

Y es que la Red también tiene su lado oscuro y sirve de guarida para todo tipo de individuos dispuestos a cometer delitos amparándose en el anonimato y la impunidad que les da operar desde países donde la regulación es muy laxa. El usuario, en la placentera soledad de su habitación, puede resultar víctima de un ataque sin que su integridad física se vea afectada, aunque sí su cuenta de ahorros. Como parásitos enquistados del progreso, los virus y el malware en general se han convertido en la amenaza permanente, en los terroristas de la información. Los primeros hackers eran más bien exhibicionistas y trataban de mostrar al mundo su valía con virus casi cómicos como el de la pelota de ping pong, el comecocos o el famoso Barrotes.

En la actualidad, se han sofisticado y el objetivo que se persigue es claramente lucrarse a costa de la candidez de los usuarios. Mediante programas espía es posible conseguir que un ordenador desprotegido se convierta en un auténtico zombie con el que bombardear indiscriminadamente spam entre los usuarios de una ciudad o un país. También pueden chantajear a una tienda web, al más puro estilo de los Chicago de los años 20, amenazándoles con un ataque de denegación de servicio. En suma, el malware se ha constituido en una industria con sus canales de distribución incluso se han implantado conceptos como Fraud as a Service, dando una idea de cuál es la línea que siguen estos delincuentes que han puesto su punto de mira en la nube como jugoso pastel que abordar.

El mundo ha cambiado, y en esta nueva coyuntura los consumidores ya son agentes activos y productores de la información participando en la misma generación de los productos. Es lo que el futurólogo Alvin Toffler llamó ‘prosumidor’. Las empresas deben escuchar al mercado y optar por la personalización para distinguirse de una oferta tan geográficamente extensa. Pero sobre todo captar la atención de las tribus sociales que son las que marcan tendencias y concentran estados de opinión.

La crisis económica, resultado de la contaminación global de los créditos basura de la banca estadounidense, ha venido a poner cordura a una situación insostenible de derroche y burbuja económica. Los estados tuvieron que acudir en ayuda a la banca para evitar un crash financiero y el desplome del sistema actual. Una vez apuntalado el edificio, Europa tiene el reto de no perder el tren de la productividad frente las economías pujantes de los países emergentes. El euro nos ha dado una solidez estructural en el marco macroeconómico pero nos debilita a la hora de exportar y ofrecer productos más competitivos. Países como China, India y Brasil están convirtiéndose en auténticos monstruos con los que cada vez cuesta más competir por su capacidad de producir con mano de obra barata y por contar cada vez con más talento y cualificación.

En esta sinfonía del nuevo mundo, están naciendo nuevos valores y pereciendo aquellos basados en la cantidad y el puro interés crematístico, las mismas empresas entienden que ya no son factibles los crecimientos pasados de dos dígitos, pero también se impone la moderación salarial y el desempleo lacerante. La innovación, el reaprovechamiento de los recursos, el respeto medioambiental, el Green IT, jalonan el ascenso a la cima de la sociedad del conocimiento, pero hay que despojarse de lastre de los prejuicios personales y tecnológicos para alcanzar nuestro destino en un viaje en el que todos tenemos el derecho y la obligación de participar.

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Rufino Contreras
Rufino Contreras

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