Se han hecho muchas predicciones sobre dispositivos conectados, imaginando un mundo donde todo lo que observamos y creamos se vuelque a una red capaz de interactuar con nosotros y con esos dispositivos. Estas previsiones se están cumpliendo a distintas velocidades. En la industria, con la adquisición de datos en procesos de fabricación y en la operación se están creando modelos predictivos que anticipan los problemas y mejoran la eficiencia del mantenimiento. Toda esta tecnología de conexión de dispositivos físicos con Internet, desarrollada y probada en la industria, se ha trasladado al ámbito doméstico y a otros sectores. Trazar envíos en tiempo real, enviar datos biométricos para analizar y mejorar la salud de los empleados de una empresa o los vehículos autónomos son solo algunos ejemplos que se han introducido de forma natural en nuestras vidas y han llegado para quedarse. Hoy, más que nunca, los dispositivos conectados son accesibles y fáciles de encontrar, lo que permite crear productos y soluciones en los que todo está conectado. El coche sabe que llegará tarde a casa consultando el estado del tráfico y ajustará la temperatura de la casa para ahorrar energía.
En un mundo de objetos conectados, tienen más éxito aquellos capaces de interactuar con tantos como les sea posible, pero esto supone un problema por la diversidad de dispositivos y fabricantes. Cada uno usa su propio protocolo y lejos de establecer un estándar, las interfaces entre dispositivos y plataformas se están diversificando, por lo que crear un ecosistema de objetos conectados requiere un gran esfuerzo en desarrollo de software específico de integración. Pero puede que esto también esté empezando a cambiar.
La relación entre personas y sistemas ha evolucionado hasta el punto en el que deja de ser necesario pulsar botones, usar huellas dactilares o memorizar claves. Gracias a los asistentes domésticos es posible hablarle a la casa para consultar la temperatura, pedir que baje las persianas o cierre la puerta del garaje. Los asistentes virtuales son capaces de reconocer a una persona viendo su cara, averiguar su estado de ánimo analizando su expresión o tono de voz en una conversación, y es posible comunicarse con ellos mediante chats e incluso llamadas telefónicas.
En un mundo de objetos conectados, tienen más éxito aquellos capaces de interactuar con tantos como les sea posible, pero esto supone un problema por la diversidad de dispositivos y fabricantes
El estado actual de la inteligencia artificial hace que un sistema que entiende lenguaje natural y reconoce imágenes y voz sea prácticamente indistinguible de una persona. Los servicios cognitivos desplegados en la nube, evolucionando continuamente gracias al deep learning, dotan a un dispositivo de la capacidad de tomar decisiones de forma autónoma e interactuar con otros. Se está creando un ecosistema de actores inteligentes que se comunican entre sí como si fueran personas. Esta interfaz de voz y chat está llegando a la industria. Hoy es posible pedirle a un proveedor cloud mediante un comando de voz que despliegue la infraestructura para la campaña de navidad.
Por encima de las API, los dispositivos y plataformas ofrecerán interfaces de lenguaje natural mediante voz y texto. No importará si es una persona, un coche o una tienda, los objetos hablarán entre ellos. Podrán decidir y actuar, adaptarse y aprender, evitando la necesidad de comunicarse mediante software a medida. Internet de Cosas es historia. Comienza Internet de la inteligencia.