La historia de la inteligencia artificial (IA) suele contarse como una sucesión de ‘veranos’ e ‘inviernos’: periodos de exaltación tecnológica y expectativas exacerbadas seguidos de épocas de marcado decaimiento y apatía, fruto de la decepción al no cumplirse dichas expectativas. El primero de esos veranos comenzó en la década de los 50 del siglo pasado, donde los avances tanto en teoría de la computación como en el desarrollo de máquinas computadoras llevaron a los científicos e ingenieros a pensar que, por primera vez en la historia, la humanidad disponía de las herramientas adecuadas para crear sistemas artificiales inteligentes. Visto desde la perspectiva actual, aquel ‘verano’ puede parecer un exceso de optimismo bastante ingenuo. Sin embargo, ese entusiasmo está justificado si lo analizamos en su contexto histórico, pues en aquellos años estaba inventándose la máquina más poderosa que los seres humanos hemos sido capaces de concebir y construir: el ordenador, un dispositivo capaz de realizar procesos de razonamiento lógico y matemático. ¿Qué más se podía pedir? Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa es la inteligencia, salvo razón y lógica? Pues probablemente mucho más, ya que desde entonces los veranos y los inviernos se han venido sucediendo en la historia de la IA.
Así las cosas, cuando continuamente leemos en los medios de comunicación sobre el advenimiento de la IA definitiva, cuando grandes compañías tecnológicas como Google o Tesla nos informan de sus impresionantes avances en la materia y entre todos nos hacen construir la visión de un futuro gobernado por sistemas inteligentes, se hace difícil no preguntarse si de veras nos encontramos en un punto de inflexión más o menos definitivo, o si en realidad no estaremos repitiendo de nuevo la historia, entrando en un nuevo verano del que tarde o temprano despertaremos. Es innegable que los avances tecnológicos actuales en IA son asombrosos y que van a suponer cambios cualitativos muy importantes tanto en los ámbitos públicos como privados, laborales o personales, como también lo es la sensación de que todo esto ya lo hemos vivido, asomándonos al escaparate de todo este nuevo resurgir de la IA con el temor de que en cualquier momento el sol se apague y la nueva versión del sueño se extinga.
Como en algunos concursos televisivos, llegado cierto punto, lo ganado ya no lo puedes perder
Por supuesto que la alternancia de veranos e inviernos no resulta estéril, que los periodos de aparente parálisis en los avances son tan solo épocas en que la disciplina se encuentra en cierta medida aletargada, pero que esto no implica retroceso. Como en algunos concursos televisivos, llegado cierto punto, lo ganado ya no lo puedes perder. Sobre todo desde que la IA busca más la generación de mecanismos que resuelvan problemas prácticos que la consecución de una IA general más propia de la ciencia ficción. Esto es, una búsqueda de la utilidad más que de la inteligencia ‘per se’. En este sentido, el verano que estamos viviendo ahora, termine o no termine, va a dejarnos un legado de avances espectaculares, que están llevando a la IA a otro nivel de utilidad real en la industria y en los hogares. Por ejemplo, el renacer de las redes neuronales bajo su nuevo nombre de deep learning (redes neuronales con muchas más capas y entrenadas con conjuntos masivos de datos) está revolucionando las interfaces persona-máquina (mediante técnicas de procesamiento de lenguaje natural, por ejemplo) e incluso las interfaces mundo-máquina (visión computacional, IoT inteligente…). Algo parecido ocurre con el resto de técnicas, tradicionalmente incluidas en el ámbito del aprendizaje máquina (machine learning), que están asentándose como la base de la nueva analítica de datos. El presente verano, desde luego, está resultando muy productivo.