Empecemos por lo más básico: No hay nada que un ordenador cuántico pueda hacer hoy que no pueda hacer un ordenador clásico potente. Hablar de la informática cuántica (Quantum Computing o QC) es hablar del futuro, de una nueva realidad en la cual nuevos ordenadores consigan cosas hoy imposibles. A esa nueva realidad la denominamos supremacía cuántica y es sobre todo su naturaleza disruptiva lo que atrae nuestra atención. El carácter inaccesible e incluso esotérico de la QC propicia la inquietud sobre su impacto imprevisible en cada uno de nuestros negocios.
Aceptando que en algún momento la supremacía cuántica sea una realidad, el primer asunto relevante es cuando se espera que esto suceda. De vez en cuando leemos en los periódicos que la supremacía ya ha llegado. La realidad es que estamos aún muy lejos, como poco a varios años. Sobre plazos, los ejecutivos de las empresas que participan en esta carrera tecnológica lanzan mensajes alentadores, pero poco concretos. Esto nos hace desviar nuestra mirada hacia sus inversores, que intuimos alguna información deberían manejar al respecto.
O no. Actualmente estas inversiones están respaldadas en dos terceras partes por los gobiernos. Sin embargo, los gobiernos no toman sus decisiones en base a la inminencia de la supremacía cuántica, simplemente persiguen asegurar cierta capacidad mínima en aras de una pretendida soberanía tecnológica cuántica que, pese a lo poco definida, consideran estratégica.
Inversión privada en Quantum Computing
Por su parte, la inversión privada en QC ha venido disminuyendo hasta situarse por debajo del 1% del total del capital riesgo mundial. Esto se debe en parte a la incertidumbre sobre el valor real que esta tecnología va a aportar a los usuarios finales: Sin un modelo comercial tangible es difícil competir con el interés de otras opciones de inversión como la inteligencia artificial (IA). Para terminar de complicar el contexto, la IA puede acabar asumiendo alguno de los casos de uso más prometedores que respaldaban la inversión en QC. Este es el caso, por ejemplo, del apoyo al desarrollo de nuevos fármacos, que comienza a beneficiarse de resultados palpables obtenidos mediante IA generativa.
Así las cosas, se diría que para el común de los mortales esto de la QC es más un asunto de esperar y ver por dónde van los tiros. Sin embargo, no es cierto. Existe un factor más importante que la potencial aportación de la QC a nuestro arsenal tecnológico: La eventual ruptura de la seguridad de muchas de las primitivas criptográficas que utilizamos hoy en día. La omnipresencia de la criptografía en nuestras vidas y la apocalíptica amenaza de su colapso nos puede traer reminiscencias del famoso efecto 2000 o Y2K (para el que recuerde de lo que hablo), que tuvo un coste mundial superior a los 200.000 millones de euros.
La omnipresencia de la criptografía en nuestras vidas y la apocalíptica amenaza de su colapso nos puede traer reminiscencias del famoso efecto 2000 o Y2K, que tuvo un coste mundial superior a los 200.000 millones de euros
No obstante, aquel caso involucraba mayoritariamente desarrollos software a medida, mientras que la esencia de la criptografía actual está proporcionada por fabricantes, cuyo negocio habitual consiste en ir proclamando la obsolescencia de lo que nos vendieron anteayer para proporcionarnos nuevos equipos o librerías más modernas. En este caso todos debemos hacer un esfuerzo por empujar a estos fabricantes a incorporar en sus catálogos nuevas tecnologías inmunes a la supremacía cuántica, la llamada criptografía post-cuántica, así como su primo hermano: el intercambio cuántico de claves.
Cada nueva actualización tecnológica de ciberseguridad debe permitirnos dar un paso en el abandono de la criptografía tradicional que será algún día vulnerable. Porque si algo es seguro es que cuando la criptografía actual sea en efecto vulnerable, no nos enteraremos por los periódicos.