En estos últimos años hemos visto una revolución silenciosa que está transformando en profundidad la esencia misma de la programación. Como director y consejero he participado en múltiples comités de estrategia tecnológica, y observo diariamente cómo la inteligencia artificial está redibujando el mapa de competencias en el desarrollo de software un escenario que pocos anticiparon
Ha existido una verdadera época dorada en la profesión del desarrollo de software, pero ahora llega un cambio muy importante: ya no basta con dominar lenguajes de programación o tecnologías específicas. El programador del futuro, y que ya se está imponiendo, debe evolucionar hacia un rol más sofisticado donde la simbiosis con la IA marcará la diferencia en su desarrollo profesional.
Las habilidades técnicas se reorientan hacia la simbiosis con IA, no desaparecen. El dominio de la programación pura y dura, sustentada en la memorización exhaustiva de comandos y estructuras, está perdiendo peso frente a la capacidad de interactuar eficazmente con la IA.
Este cambio impacta directamente en la estructura del mercado. La transformación del rol no se traduce en una destrucción de empleo, sino una reconfiguración profunda. En los perfiles seniors, y con mucha más fuerza en los perfiles juniors. Todo esto implica una fase de ajuste complicada en el mercado laboral.
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La metamorfosis del talento técnico
Lo que estamos presenciando no es simplemente la automatización de tareas rutinarias. Es una auténtica redefinición de lo que significa ser programador. Esto es así porque las habilidades que tradicionalmente han valorado las empresas están siendo complementadas e incluso reemplazadas por otras competencias centradas en la orquestación de soluciones asistidas por IA.
En particular, las tareas de roles junior tradicionales, que frecuentemente estaban centradas en codificación repetitiva, están transformándose a un ritmo alarmante. Empiezan a surgir en su lugar otras posiciones híbridas como «Revisor de código IA», donde las personas sean capaces de evaluar críticamente el resultado generado automáticamente, y tener juicio crítico para verificar no solo que funciona correctamente sino también su que cumple normativas como el GDPR y además no está cargado sesgos perjudiciales. Es decir, complementar las carencias de la IA.
Además de ello, se valoran otras habilidades como saber qué solicitarle y cómo integrar sus resultados en un contexto y sistema más amplio. Por tanto, la capacidad para comunicarse de manera efectiva con estos sistemas se ha convertido en una competencia altamente cotizada.
El efecto montaña rusa: el software se come al software
Unido a lo anterior, hay otro elemento importante que define el momento actual. La velocidad con la que salen al mercado nuevas versiones y productos de herramientas como ChatGPT, Claude o Deepseek, genera un efecto de “montaña rusa”, que por un lado genera ansiedad en los líderes técnicos y por otro contribuye a una situación de saturación informativa, lo cual dificulta la toma de decisiones en los proyectos y en los comités de dirección.
Durante este momento tan convulso, los equipos de desarrollo de software se ven impactados por la incertidumbre en esa toma de decisiones. Y uno de los impactos está en la propia configuración de los equipos.
Las habilidades que las empresas requieren a los programadores juniors son diferentes a las que se buscaban antes de la pandemia de COVID. Antes el programador Junior dedicaba la mayor parte de su tiempo a escribir código repetitivo mientras adquiere experiencia y conocimiento para realizar tareas más complejas. Pero ahora una parte de ese trabajo la realiza directamente la máquina.
Por ello los equipos de desarrollo están transformándose. Emergen roles previamente inexistentes como los «prompt engineers», expertos en afinar consultas a modelos para obtener resultados precisos. Actúan como puente entre las necesidades del negocio y las capacidades de la tecnología. Y además revisan el código generado para identificar errores, detectar alucinaciones técnicas y asegurar la eficiencia del resultado generado. Es decir, supervisa las respuestas generadas por la IA.
Por tanto, estos roles no solo deben conocer cómo traducir lo que el negocio necesita en instrucciones claras que permitan obtener lo máximo posible de la IA. Sino que también deben comprender las limitaciones técnicas y saber potenciar sus fortalezas. Este proceso exige no solo conocimientos técnicos, sino también una base sólida en los fundamentos de la programación.
Paradójicamente, en este mercado donde cada vez pesa más la tecnología, las habilidades no técnicas adquieren un protagonismo ahora. Capacidad de juicio crítico, comunicación acción efectiva tanto con la IA como con los roles de negocio, para hacer de puente entre el negocio y la tecnología y saber aprovechar al máximo la IA. El programador como traductor de negocio.
La irrupción de la inteligencia artificial en el desarrollo de software no es una amenaza existencial para los programadores, sino más bien la llamada a una transformación profunda de su rol.