Decía Umberto Eco que todos los poetas escriben mala poesía, pero los malos la publican y los buenos la queman. Como nosotros no somos poetas, no tenemos por qué escoger nuestras mejores estrofas ni renegar de las peores. Simplemente, debemos ver la realidad desde todas las aristas. Si hablamos de un asunto crucial como la innovación en España, encontraremos rimas que nos suenan bien y otras no tanto. Por ejemplo, podemos recitar que nuestra inversión en I+D viene registrando crecimientos históricos en los últimos años y ya se sitúa en el 1,49% del PIB; pero también declamar que estamos aún a mitad de camino del objetivo del 3% que nos hemos marcado para 2030 y que nos acercaría al top 10 de países innovadores, que viene a ser lo mismo que decir los más ricos.
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La inversión empresarial: luces y sombras
De los distintos libros que podemos abrir, el de la inversión empresarial en innovación es uno de los imprescindibles. Y aquí también encontraremos literatura buena y mejorable. Según el INE, las empresas españolas representan el mayor porcentaje de inversión en I+D, con un 56,4%, y el Barómetro Internacional de la Innovación de Ayming refleja que el 25% de ellas invierte en innovación entre el 9% y el 10% de sus ingresos anuales, dos puntos por encima de la media global.
Sin embargo, el Marcador Europeo de la Innovación nos sigue situando en el tercer grupo -de cuatro- de los países innovadores, con la etiqueta de ‘moderados’, y señala precisamente la inversión empresarial en innovación como uno de nuestros versos torcidos. Es más, la propia Comisión Europea, autora de este informe, nos ha llamado la atención sobre este aspecto y nos insta a buscar la forma de impulsar la inversión privada en I+D, que con un 0,8% en relación al PIB, se mantiene como una de las más bajas de la UE, frente al 1,5% de media o el 2% que superan países como Alemania, Austria, Bélgica o Suecia.
Aunque hoy las empresas inviertan más en bruto, lo hacen en menor número. Fundamentalmente, porque mientras las grandes están dedicando más recursos a I+D, las pequeñas están dando marcha atrás. Hablamos de un país en el que el 98% de nuestro tejido empresarial lo componen pymes y el 83% son micropymes, esto es, que no llegan a diez empleados
RENATO DEL BINO
Lo cierto es que no es nuevo. Estas coplas nos vienen sonando desde hace tiempo. Pero resuenan con más fuerza en un contexto en el que necesitamos reforzar nuestra competitividad y productividad, el mundo afronta cambios decisivos que van a transformar el mapa económico y social, y tanto Europa como los países que la integramos necesitamos dotarnos de mayor autonomía estratégica para no depender de otras potencias. La innovación, la ciencia y la tecnología son activos decisivos para desenvolvernos con éxito en estos frentes. Y por mucho que los estados empujen y dediquen recursos y apoyo, será imposible avanzar sin el impulso de las empresas.
La cuestión es que, para estimular esa inversión, no basta con implorar a las musas. Cualquier empresa sabe que necesita innovar, más que nada, para sobrevivir. Pero otra cosa es pasar a la acción y convertir las metáforas en hechos. Y el principal hecho es facilitar, propiciar y atraer esa inversión. Lo que implica también allanar algunos obstáculos.
Retos para las pymes y startups
En primer lugar, debemos constatar que, aunque hoy las empresas inviertan más en bruto, lo hacen en menor número. Fundamentalmente, porque mientras las grandes están dedicando más recursos a I+D, las pequeñas están dando marcha atrás. Hablamos de un país en el que el 98% de nuestro tejido empresarial lo componen pymes y el 83% son micropymes, esto es, que no llegan a diez empleados. Y somos el país de la Unión Europea con mayor población de estas últimas. Una empresa pequeña tiene menos acceso a financiación, a ayudas e incentivos fiscales, se siente más indefensa ante la vorágine burocrática y, en definitiva, tiene menos garantías cuando decide arriesgar.
Desde hace tiempo se vienen y venimos reclamando políticas y regulaciones que fomenten el crecimiento empresarial y que favorezcan la unión y consolidación de compañías con mayor masa crítica; en particular, mecanismos de colaboración público-privada que den el impulso que necesitan a las muchas y prometedoras startups industriales que tenemos en España, a fin de que puedan dar el salto al mercado, crecer e internacionalizarse. Y un hecho que no se nos puede escapar: el Banco de España advierte de que la demografía empresarial no es la misma en todas las CCAA. Por ejemplo, en Euskadi y La Rioja el peso de las micropymes no llega al 80%, mientras que en Extremadura y Castilla-La Mancha supera el 85%. Y señala que cuanto más especializada en un sector esté una comunidad, más grandes tenderán a ser sus empresas. Por lo tanto, con más capacidad para innovar.
Pero tenemos más versos que concatenar. Tanto grandes como medianas y pequeñas, todas las empresas necesitan contar con marcos jurídicos, legislativos y fiscales estables, predecibles en tiempo y que les ofrezcan confianza para acometer sus proyectos. En concreto, la estabilidad institucional es esencial para la atracción de inversiones, y es una de las primeras preguntas que las casas matrices de las multinacionales hacen a quienes dirigen sus filiales y pujan por ganar proyectos globales para sus países.
Claves para atraer inversión y estimular la innovación
Un aspecto crucial es la financiación de la innovación. Para algunos, es La Tempestad de Shakespeare. Nuestro marco de incentivos fiscales a la I+D+i es razonable en el contexto europeo, pero necesita mejorar algunos aspectos que están lastrando su ejecución real, como las incertidumbres en la interpretación, la complejidad burocrática que disuade a muchas empresas o la descoordinación entre administraciones. Además, es necesario actualizarlo y adaptarlo a la realidad empresarial. No es de recibo, a día de hoy, que desarrollos en áreas como el software o la inteligencia artificial no se contemplen como innovación.
Y necesitamos atraer a grandes autores de la innovación. Según los últimos datos de que disponemos, las multinacionales aquí implantadas realizan el 35% de nuestra inversión privada en I+D. Pensemos que esa inversión puede venir de diferentes países, pero si se hace en España, es española. Porque cada euro invertido tiene un efecto multiplicador en términos de ecosistema empresarial, patrimonio industrial, transmisión de conocimiento, empleo de calidad y vertebración demográfica y social. Ese efecto multiplicador alcanzaría también a las empresas españolas, que serían más competitivas tanto en nuestro mercado como fuera de nuestras fronteras.
“Fija tu rumbo a una estrella y podrás navegar a través de cualquier tormenta”, dijo Leonardo da Vinci. Nuestro país necesita fijarse objetivos prioritarios que no entiendan de ideologías ni coyunturas. La innovación es el rumbo que nos puede llevar a un futuro prometedor para las nuevas generaciones sorteando las tormentas. El Estado puede ser una excelente lanzadera, pero el mejor vehículo para llegar a destino son las empresas. Volviendo al símil del inicio, más que buena poesía, será nuestra epopeya. La que tenemos pendiente.