…lejos de los terabytes, y más cerca de otros pensamientos menos condicionados por los dispositivos que se han convertido en el eje de nuestras vidas. Ya sé que es una empresa colosal la que he emprendido; el mundo que me rodea está contra mi apostasía, y muchos me van a condenar al fuego por hereje al renunciar voluntariamente a los regalos de San Steve Jobs o San Mark Zuckerberg.
La primera tarea es librar mi maleta de cualquier dispositivo digital que forma parte de mi hábitat familiar o entorno de trabajo. Es doloroso arrinconar el portátil y el netbook, desactivar el iPhone, pero especialmente mis sufrimientos se agudizan cuando decido guardar en el fondo del armario la tableta iPad. Ahora soy un hombre nuevo, pero todavía siento punzadas de ansiedad si no recibo un email o una llamada intempestiva. Es cuestión de pasar el mono los primeros días, me dice una voz interior, “recuerda cuando dejaste de fumar”.
He desactivado el GPS del automóvil y la verdad es que me he perdido unas cuantas veces, cuando hemos llegado a la casa rural ya estaba anocheciendo y la familia a punto de lincharme. Pero a cambio hemos conocido lugares idílicos a los que nunca hubiéramos llegado usando el localizador geográfico. “El que no se consuela es porque no quiere”, comenta mi suegra con cierta sorna. Lo peor que llevo -llevamoses no poder conectarnos a Internet y en alguna zona recóndita del cerebro entierro mis temores atávicos sobre qué se estará cociendo en mi buzón de correos. No creo que sea el único.
Siempre conectados
Según una encuesta de Brocade, además del bañador y de la crema de sol, el 95% de los europeos se lleva al menos un dispositivo con conexión a Internet, ya que prefieren no tener que desconectarse de su email (personal o del trabajo), de las redes sociales u otras páginas de entretenimiento. La mitad de los encuestados tiene previsto acceder a Internet al menos una vez al día en su lugar de vacaciones, mientras que más del 40% busca expresamente destinos o alojamientos que les proporcionen una conexión a Internet permanente, en cualquier lugar y en cualquier momento, poniendo así bajo presión a los proveedores de servicios y a los lugares de ocio para que aseguren una cobertura adecuada hasta en los lugares más remotos.
Después de leer esta noticia en un diario de papel, reúno las suficientes fuerzas para negarle a los niños ir a un cibercafé playero; todavía echan de menos la PSP y la Wii, y pasan la mayor parte del día peleándose y discutiendo. Menudo veranito antidigital les estoy dando, pero cuando uno toma una determinación no puede echarse atrás, pese a quien pese. Los días pasan más lentamente de lo previsto, especialmente la pegajosa siesta, que ni la baraja ni el pachís consiguen hacer más llevadera. El día de la vuelta a casa, todos recuperamos la sonrisa. Tras la consabida caravana y las paradas obligatorias, hemos retornado al hogar. En vez de deshacer las maletas, lo primero que hemos hecho ha sido encender todos los dispositivos, y pasarnos unas cuantas horas jugando a tutiplén. En la oficina me espera con los brazos abiertos mi ordenador personal. Después de estas vacaciones, creo que lo de mi tecnofobia es pura pose.