Al CIO el mundo anda empeñado en etiquetarlo de la forma más brillante posible. El pasado año, Microsoft se sacaba de la chistera el concepto CIO Da Vinci, señalando al responsable TI como el artífice de la innovación y con una vocación creativa sin límites. Ya se lo fiaban largo a los CIO los expertos de Redmond. Al pobre CIO no le bastaba con batallar con sus usuarios, sufrir los recortes del presupuesto y lamentar los ninguneos del comité de dirección, ahora tenía que tener veleidades artísticas y ser profesional con visión superlativa.
En el último Gartner Summit de Barcelona, la consultora norteamericana le encomienda al CIO hacerse con dotes dignas de Maquiavelo. Maquiavelo fue un teórico político renacentista italiano que vivió durante el reinado de Lorenzo el Magnífico en Florencia. Pese a su obra literaria y su coqueteo con el poder, Maquiavelo ha pasado a la historia por ser el precursor de la gran idea de que el fin justifica los medios, lo cual puede erizar el cabello a más de un responsable de Sistemas, cuando tiene enfrente a otros reyes de taifas con sus áreas de responsabilidad e influencia. El florentino entendía que “todo príncipe debe tener virtud y fortuna R. Contreras para subir al poder, virtud al tomar buenas decisiones y fortuna al conquistar nuevo territorio. Justificando cualquier forma de ganar terreno, haciendo uso del despotismo si fuera preciso, debe posteriormente ganarse la voluntad del pueblo ganándose su favor, y así asegurar su futuro”.
Entonces, siguiendo el paralelismo gartneriano, un CIO puede ganar escalones mediante puñaladas traperas a diestro y siniestro, pero luego poner cara de bueno con el CEO y dejar que los usuarios puedan decidir libremente la tecnología que quieren usar. Creo que Gartner se ha pasado de frenada con este símil para el CIO, quizá buscando un eco mediático y grandes titulares para ganarse el ‘trending topic’ en las redes sociales. Perdónenme por mi osadía, pero si buscara un personaje histórico con el que identificar al CIO se me ocurre el de Ulises cuya tenacidad le permite llegar a Ítaca contra viento y marea; o el de su mujer, Penélope, condenada a destejer por la noche el tapiz tejido por la mañana.
