El teletrabajo es el fin ideal de una sociedad como la actual que busca en el desarrollo personal su principal objetivo. Cierto es que no todos los trabajos son susceptibles de desempeñarse desde casa, pero también es cierto que con el auge de las tecnologías son cada vez más los que se pueden encuadrar en esta modalidad laboral. Como siempre los ricos nos llevan la ventaja. Las grandes compañías llevan tiempo poniendo en práctica modos de trabajo mixtos que permiten a sus empleados trabajar indistintamente en casa o en la oficina, sin que se resientan los objetivos y la productividad corporativa.
Muchas personas han sido dotadas de portátiles, smartphones y sistemas de conectividad que les permiten la ubicuidad y la capacidad para resolver tareas sin que su presencia física resulte imprescindible. Las multinacionales no son ONG y han entendido que el teletrabajo es más rentable para su cuenta de resultados y encima les permite mostrar una imagen más acorde con los tiempos, beneficiando su percepción de marca. Además, se reduce la huella de carbono, se racionaliza el absurdo trasiego del tráfico de las ciudades y se ahorra en los costosos alquileres de inmuebles.
Es el momento para las empresas explorar nuevas rutas digitales para anticiparse al futuro y poder bandear las exigencias de un nuevo entorno impredecible
Muchos autónomos de profesiones liberales también están acostumbrados a este modelo y es su pan de cada día tirar de conexión wifi y de whatsapp, y congenian mandar facturar con pasear al perro. El gran nudo gordiano está en la pequeña empresa, el 90% del tejido empresarial español, que muchas veces es reacia de soltar cuerda a sus empleados, por una cultura presencialista marcada en su ADN o por la propia desconfianza que conlleva tenerlos a su libre albedrío, y por tanto al presunto escaqueo sistemático de sus responsabilidades. Pero el coronavirus, por arte de birlibirloque, ha convertido el teletrabajo en esa tabla de salvación para muchas compañías que pueden seguir operando sin caer en la zozobra, tanto del negocio como del coste emocional de sus empleados. Es el momento para las empresas explorar nuevas rutas digitales para anticiparse al futuro y poder bandear las exigencias de un nuevo entorno impredecible.