Es increíble, pero el mundo ha cambiado de sopetón y ahora los trabajadores ya somos todos “eficientes, productivos y ágiles”. Dios nos ha otorgado un nuevo paraíso, en vez de ríos de leche y árboles frutales, tenemos nuestro hogar como espacio de trabajo desde donde proyectar nuestra valía y conciliar nuestra vida personal.
Se ha desmoronado el muro del antiguo régimen, poblado de calientasillas de oficina, conversadores multidisciplinares y lectores de prensa avezados, visitadores de bares impenitentes con cualquier excusa de trabajo y de directivos ‘reunidos geiper’ de noches interminables en whiskerías.
Ya no valen las viejas excusas por llegar tarde a una reunión, que si el metro y el maldito tráfico de la ciudad… si acaso una mala conexión, la saturación de la red o que el niño está con la consola comiéndose el ancho de banda, el muy truhan que ahora en vez de chuletas, dedica el tiempo a poner cambiazos de corta y pega en sus exámenes online.
Lo malo es que la nevera está muy cerca de mi silla
Ahora hablar de cloud es hablar de un dogma de fe, y el teletrabajo es nuestro karma. Lo malo es que la nevera está muy cerca de mi silla y mientras pasas la aspiradora piensas en la mejor estrategia de ciberseguridad que debería tener tu compañía, qué sinsentido.
Volver a la oficina es una mezcla de anhelo y de aprensión. Anhelo por volver a ver las caras de los compis y recuperar a las bromas de siempre y las risas que complementan el trabajo; también en parte por oxigenarte de los problemas domésticos que ahora te ocupan al cien por cien. Y aprensión por introducirte en un hábitat que ya no tiene la personalidad de antes, que se antoja frío y aséptico, de nave espacial flotando en un universo extraño.
Acabará la pandemia y sus pandemonios, pero un mundo nuevo nace, “una nueva normalidad que ha venido para quedarse”. Nuevos tópicos que ya inundan las conversaciones y las notas de prensa, y que hemos asimilado sin ningún tipo de reservas. Nos alimentamos de tópicos, un escudo emocional para no tener que asomarnos desnudos el abismo.