La gran mentira digital

Por Lucía Andaluz Antón, Profesora de Comunicación en la Universidad Europea.

Publicado el 19 Feb 2021

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Existen momentos clave en la historia donde el fenómeno de la desinformación ha adquirido una notable e importante evolución. El acontecimiento desencadenante de esta intoxicación informativa comenzó en las elecciones presidenciales de EEUU en 2016, y después de su éxito, se dio cita en el resto de los países democráticos donde se han ido desarrollando cambios políticos importantes. Sin embargo, ahora, atravesando una imparable pandemia mundial, la infodemia que ha surgido alrededor de la Covid-19 no tiene precedentes, y la proliferación de noticias falsas y engaños varios está haciendo cambiar drásticamente la opinión pública casi de forma diaria.

La facilidad existente para publicar todo tipo de información en Internet ha dado alas también a la desinformación en red, propiciada por las grandes plataformas tecnológicas como Google, Facebook, Twitter y WhatsApp, donde se difunden la mayor parte de estos contenidos, y donde ha surgido el ciberactivismo como una herramienta de poder de la ciudadanía (Richter, 2018).

La inmediatez característica de los medios de comunicación ha jugado un papel muy importante y a su vez demoledor en la difusión de información. La comprobación y la crítica de la información que se difunde se hace aún más necesaria en el panorama actual, y se debe realizar un procedimiento exhaustivo y correcto de verificación antes de su publicación, evitando los populismos que se limitan a repetir aquellas consignas que les imponen desde las posiciones de poder, como ocurre en los regímenes autoritarios con ausencia total de crítica (Alandete, 2019).

Confusión del lector

Asistimos a una época algo confusa en cuanto a la información que recibimos. Las informaciones son de tipología diversa, y los profesionales deben dejar claro qué tipo de información están ofreciendo. La situación actual nos indica que cada vez es más complicado para los usuarios distinguir entre una información que es noticia, de una que es opinión; o simplemente con un contenido que lo que está tratando de hacer es entretenernos (Jiménez, 2018). El poder detectar la mentira implicará tener que utilizar todas las herramientas al alcance del profesional de la información, y también ponerlas a disposición de los ciudadanos, para que ellos mismos puedan comprobar si las historias que difunden los medios son verdaderas.

En mayo de 2019 nos llegaron a nuestras pequeñas pantallas los primeros vídeos falsos, los populares deepfakes protagonizados por políticos

A principios del XXI comenzamos a hablar de verificación digital, donde las herramientas de fact-checking aparecen a través de las primeras iniciativas dirigidas a la revisión de las declaraciones de los políticos en las elecciones de EEUU, con el objetivo de desmentir informaciones y verter luz a las manipulaciones informativas de los políticos.

Durante este primer periodo, se han creado algunos prototipos de herramientas tecnológicas para la verificación de datos automatizada, basadas en el procesamiento del lenguaje natural, con el fin de verificar noticias y vídeos para el usuario. Sin embargo, no han llegado a conseguir la sofisticación que necesitaban para poder funcionar correctamente y no caer en un engaño mayor. Ejemplo de esto ha sido Truth Goggles (2010-2012), una herramienta creada por Dan Schultz en colaboración con Politifact para resaltar afirmaciones cuestionables, que no realizó un desarrollo demasiado refinado para conseguirlo, y en 2013 el proyecto Truth Teller del Washington Post, que lanzó una versión beta la cual comparaba vídeos con bases de datos de verificación de hechos. Al cabo del tiempo reconocieron que tenían que seguir enseñando a su algoritmo las diversas formas en que se podía presentar una afirmación falsa, lo que los llevó a afirmar que la tecnología debía completarse con editores y reporteros.

En mayo de 2019 nos llegaron a nuestras pequeñas pantallas los primeros vídeos falsos, los populares deepfakes protagonizados por políticos. Los más sonados fueron protagonizados por Barack Obama, donde alertaba de los peligros de la desinformación -creado por BuzzFeed-, y el de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, que decía en el vídeo que tenía el “control total de los datos de millones de personas”. Hay que aclarar que un deepfake no es un vídeo cortado o descontextualizado, sino un vídeo que ha sido manipulado a través de aplicaciones de inteligencia artificial o aprendizaje automático que fusionan, combinan, reemplazan y superponen imágenes y videoclips en un vídeo. El problema de estos vídeos es que suelen ser realizados sin el consentimiento de los implicados, de hecho, la mayoría son utilizados en la industria del porno superponiéndose figuras célebres a los cuerpos de estos actores (Maras y Alexandrou, 2019). Como reconoce Clara Jiménez de Maldita.es, de momento estos vídeos no suponen una amenaza real para el ciudadano, ya que para realizar estos vídeos se requiere de un especialista, además de tiempo, recursos y complejas herramientas.

El objetivo en este momento es crear un entorno colaborativo de profesionales que responda a los desafíos que el nuevo entorno digital demanda (FirstDraft News, s. f.). La mayoría de las iniciativas que trabajan con la metodología de verificación de la información están afiliadas a organizaciones de noticias, y asociadas con grupos no gubernamentales, generalmente no partidistas que tratan temas que preocupan al ciudadano de a pie, como es la transparencia y la responsabilidad política, combatiendo a través de la tecnología la falta de información y la desinformación online a nivel global.

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Redacción

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