Los profundos cambios que estaba experimentando la sociedad que nos rodea no pasaban inadvertidos a cualquier observador. Cada uno de sus escenarios se estaban haciendo más densos, complejos e influyentes. Al fin y al cabo, se estaban convirtiendo en globales.
No resulta arriesgado decir que cuestiones como la quiebra del equilibrio ecológico de la Tierra, las migraciones humanas a gran escala, el envejecimiento de las sociedades industriales avanzadas, la transformación del concepto de Estado-Nación, la seguridad jurídica, el movimiento masivo de capitales o las nuevas formas de las ‘guerras de religiones’ no pudieron ser ni siquiera sospechadas por los sociólogos clásicos. A grandes rasgos, estos dos primeros párrafos podrían ser una descripción, seguramente incompleta, de algunas de las realidades sociales, políticas, económicas y culturales anteriores a la pandemia desatada por la covid. ¿Qué ha ocurrido desde marzo de 2020? ¿Qué está aconteciendo en ese mundo conocido que intentamos recuperar con ingenierías conceptuales como ‘nueva realidad’? ¿Qué ha supuesto, al fin y al cabo, esta pandemia global?
Personalmente creo que se ha afincado una sensación: presenciar el fin de la historia de la sabiduría, como les ocurrió a los europeos del año 1000, pues no sabemos qué derrotero tomar
Personalmente creo que se ha afincado una sensación: presenciar el fin de la historia de la sabiduría, como les ocurrió a los europeos del año 1000, pues no sabemos qué derrotero tomar. Asistimos a una metamorfosis tan profunda, que nuestro presente adopta la incierta expresión de un porvenir. Nos ha tocado vivir un punto de inflexión en el que se bifurcan y oscurecen los caminos de la sociedad prevista y de la sociedad real. Experimentamos una honda destemplanza y nos sentimos desfasados e incapaces de imaginar la idea siguiente, ineptos para formular algo más nuevo. Sin embargo, ¿este desasosiego será solo momentáneo o se mantendrá en el tiempo? Deseo mantener la esperanza.
La sociedad continúa, y el problema es, y será, si no disponemos hoy en día de los instrumentos teóricos adecuados para afrontar su prolongación. El modo ideológico de pensar nos convenció de que la teoría debía anteceder siempre a la realidad, imaginarla, programarla o prefigurarla. De tal manera, la acción social se limitaría a la transformación del universo palpable en un antes imaginado, programado, prefigurado. Por eso, hoy cunde tanto desconcierto cuando comprobamos que está sucediendo precisamente lo contrario. Las prácticas sociales pueden preceder a las hipótesis que las justifican. Lo mismo sucede en el ámbito de la Economía y del Derecho.
Algunos sociólogos clásicos lo solventaban todo: explicaban el pasado, justificaban el presente y prevenían el futuro. Tanto Comte como Saint-Simon pretendían adelantarse al tiempo, dar una visión del futuro que se avecinaba y ‘planificar’ el progreso, que consideraban necesario, unilateral e irreversible. Estas ideas también estaban presentes en Marx y Spencer. Para el primero, no se trataba de una elección voluntarista y de opciones teóricas. El progreso era la culminación de un ineludible movimiento dialéctico. Para el segundo, el progreso estaba garantizado por la no intervención del Estado en la evolución de la sociedad, pues era imprescindible la máxima espontaneidad. Solo algunos, como es el caso de Weber y Simmel, se distancian de las necesarias connivencias entre ciencias sociales y previsión social.
Con el coronavirus y sus consecuencias, todo eso se ha perdido, se ha deshecho. Más grave aún, hemos comprobado que no siempre acertaban. Las teorías fueron como un par de gafas que hacían ver el mundo tal y como resultaba filtrado por sus cristales. Ahora, liberados de tales lentes, cuando la tozuda realidad desborda los estrechos cauces de las previsiones teóricas, somos todavía incapaces de reconocer el paisaje. Mantenemos las mismas nociones, las mismas discusiones y el mismo lenguaje que utilizábamos cuando analizábamos a la sociedad desde los postulados clásicos. Pero el cuadro ya no es el mismo. Las ciencias sociales no están muertas, no, pero ha variado radicalmente su rumbo, se ha ido por donde nadie esperaba. Principalmente, han cambiado los escenarios, y con ello las preguntas.
Así es. En el nuevo mundo emergido con la Covid-19 seguimos hablando de soberanías territoriales y de separación de poderes públicos, de derechas y de nuevas izquierdas, de intelectuales comprometidos y de cuarto poder independiente, de deuda externa y de tercer mundo, de fondos monetarios y de solidaridad pactada por Jefes de Estado. Sin embargo, estamos frente a una realidad que está planteando preguntas generales y obtiene réplicas nacionales, que tiene problemas universales y solo recibe soluciones particulares, parciales.