Resiliencia es el nuevo mantra que está causando sensación en los ámbitos directivos y políticos. Una palabra carente de vigor, que busca su mayoría de edad, y que nos meten con calzador en mensajes sucesivos. Su origen es relativamente reciente y se ha movido por círculos de la psicología, lo que le ha investido de una pureza lejos de la contaminación del lenguaje vulgar o habitual. Los políticos españoles han encontrado en ese término una expresión que parece decirlo todo sin que diga nada (a mí, personalmente, me parece un término inocuo, insípido y sin fuerza). Hasta me resulta soso silábica y armónicamente. Empieza con una RE contundente, una SI que debilita y una LIEN que desconcierta por ser un ritmo de contratiempo, culminado con una CIA que se deja caer sin gracia, con desidia.
Comprendo que el significado perseguido es más que loable, la resiliencia es la capacidad de adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos
Lo que me llama la atención es cómo nuestros dirigentes se empeñan en dotarla de contenido a base de repetirla, en sus planes de recuperación, y que los medios de comunicación se hagan eco de este empeño con titulares impactantes. Pero a mí me sigue dejando indiferente, pues no alcanzo a entender tanta grandeza (como dijera Cervantes frente al túmulo de Felipe II de Sevilla, en su inmortal soneto). Comprendo que el significado perseguido es más que loable, la resiliencia es la capacidad de adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos. Resiliencia parece una bandera a la que todos nos tenemos que acoger, pero sin ánimo de convencimiento. Entiendo las buenas voluntades y los fines perseguidos para poner a nuestro país en el mapa tecnológico mundial. Pero, no sé por qué razón visceral, la palabra resiliencia me parece impostada y postiza, sin garra, un término que se ha unido al argumentario sin haberse ganado el sitio semántico. El caso es que no me gusta esa palabra, quizá sea por efectos secundarios de la vacuna, o porque estoy demasiado acostumbrado a discursos llenos de palabras rimbombantes y vacíos de contenido.