TIC aplicadas a los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio

En este desequilibrado escenario, las TIC ofrecen una oportunidad para acelerar el proceso de erradicación de la pobreza.

Publicado el 26 Ago 2010

Es manifiestamente patente, sobre todo para los que nos contamos dentro del tercio de población ‘afortunada’ del planeta, que en la última década se ha producido una expansión tecnológica sin precedentes. Según datos correspondientes a diciembre de 2009, más de 4.600 millones de habitantes disponen de un teléfono móvil y 1.730 millones utilizan Internet. Al igual que la existencia de más de 234 millones de sitios web o de un número superior a los 126 millones de blogs, la cifra mundial de internautas resulta ciertamente notable, pero no hay que olvidar que significa menos de un tercio de la población mundial y que estos avances no han alcanzado -al menos de forma generalizada- a esos dos tercios de la población mundial ‘no afortunada’. Por ejemplo, en India que, con una población cercana a los 1.200 millones de habitantes, es el segundo país más poblado del mundo por detrás de China, existen 545 millones de teléfonos móviles en manos del 45 por ciento de la población. Sin embargo y es ahí donde ponía recientemente el acento el director del Instituto para el Agua, el Medio Ambiente y la Salud (IWEH) de la ONU, Zafar Adeel, sólo 366 millones de indios, es decir, el 31 por ciento de la población, tenían acceso en 2008 a unas condiciones sanitarias adecuadas.
Resulta mentalmente muy saludable recordar estos datos ahora que, en plena crisis económica mundial, nos encontramos a sólo cinco años de 2015, la fecha establecida en el año 2000, coincidiendo con la aprobación de la Declaración del Milenio por parte de 189 estados miembros de la ONU, para dar cumplimiento a los ocho grandes Objetivos de Desarrollo del Milenio.
A la vista del actual escenario, el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, ha reconocido que las posibilidades de éxito no parecen muchas y aún así ha solicitado la reunión de los líderes mundiales en una cumbre el próximo septiembre en Nueva York. “No debemos fallar a los miles de millones que esperan que la comunidad internacional cumpla con la promesa de la Declaración del Milenio para un mundo mejor”, afirma Ki-Moon, consciente de que “nuestro mundo posee los conocimientos y recursos para alcanzar los objetivos” y no alcanzarlos sería, por tanto, “un fracaso inaceptable, moral y práctico”.
Así y aunque pueda parecer incompatible, resulta imperativo en esta época de recesión aumentar la velocidad del cambio, especialmente en los países más pobres, para en los cinco años que restan hasta 2015 traducir en progresos reales las ocho promesas del 2000. A saber: erradicar la pobreza extrema y el hambre, universalizar la enseñanza primaria, promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, avanzar en la lucha contra el IVH, la malaria y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad ambiental y fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
Estos ocho objetivos configuran un gran reto que, si en 2000 resultaba ambicioso, en 2010, se perfila inalcanzable. No podemos olvidar que todavía hoy cada tres segundos muere un niño -en su mayoría por enfermedades de sencilla prevención-, que alrededor de 800 millones de personas pasan hambre, que 1.200 millones sobreviven con menos de un dólar al día, que más de 130 millones de jóvenes son analfabetos o que más de 500.000 mujeres fallecen cada año por complicaciones durante el embarazo y el parto.
Es cierto que se han registrado, sin embargo, progresos. El número de muertes anuales entre niños de menos de cinco años se ha reducido de 12,5 millones en 1990 a 8,8 millones en 2008. La cifra de personas que viven en países de ingresos bajos y medios que reciben tratamiento antirretroviral contra el VIH se ha multiplicado por 10 entre 2003 y 2008. Y también se ha avanzado en el objetivo de reducir a la mitad la proporción de personas sin acceso a agua potable, pero sólo disminuyó ocho puntos porcentuales entre 1990 y 2006. Son logros que no restan urgencia al imperativo de seguir avanzando.
Utilizando como patrón la línea internacional de pobreza de ‘1 dólar por día’ del Banco Mundial, que fue sustituida en 2008 por el valor de 1,25 dólares por día, en 2005 había en el mundo 1.400 millones de personas viviendo en condiciones de pobreza extrema. Teniendo en cuenta que en 1990 la cifra se situaba en 1.800 millones, parece que se ha producido una mejora, pero resulta que la mayor parte de la disminución se ha registrado en China, de modo que, sin considerar China, resulta que la cantidad de personas en pobreza extrema realmente aumentó entre 1990 y 2005 en 36 millones. En dicho periodo, el número de personas en situación de pobreza extrema aumentó en 92 millones en el África subsahariana y en ocho millones en Asia Occidental.
Así las cosas, a nivel mundial el número de personas que sufren hambre pasó de 842 millones en el periodo 1990-1992 a 837 millones en 2004-2006 y la cifra llegó a los 1.020 millones en 2009, un nivel nunca alcanzado antes. Al mismo tiempo, en los últimos años se ha logrado una progresión muy significativa en el acceso a las TIC, en particular a la telefonía móvil. El uso de Internet se ha extendido y casi una cuarta parte de la población mundial tiene acceso a Internet. Sin embargo, menos del 18 por ciento de la población de los países en desarrollo utiliza Internet y el porcentaje desciende a sólo un cuatro por ciento en los países menos adelantados, en comparación con más del 60 por ciento de los países desarrollados.
En este desequilibrado escenario, las TIC ofrecen una oportunidad para acelerar el proceso de erradicación de la pobreza. Es evidente que la reducción de la brecha tecnológica puede acelerar el progreso saltando etapas en la adopción de soluciones de desarrollo innovadoras. En tanto que facilitadoras de las comunicaciones y el intercambio de información, las TIC constituyen una herramienta extremadamente valiosa. El simple acceso a teléfonos móviles tiene el potencial de reducir las tasas de mortalidad al permitir disponer de información sobre medidas preventivas y de tratamiento o posibilitar la mejora del transporte hasta los lugares en los que existen medios para salvar vidas, además de hacer realidad el aprendizaje a distancia y abrir nuevas posibilidades de supervivencia.

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Redacción

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