Después de que fuera constituida a mediados de 1911 como empresa fabricante de balanzas para pesar, de sistemas industriales para el control de empleados o de máquinas para cortar carnes y quesos, IBM ha sabido evolucionar para adaptarse a unos tiempos de cambios incesantes. Hasta convertirse en una organización de 100.000 millones de dólares y 400.000 empleados ha tenido que reinventarse de forma constante. Primero, cambió su nombre en 1924, pasando de Computing Tabulating Recording a IBM; después se consolidó en torno al negocio de tarjetas perforadoras y máquinas de escribir y ya en 1944, con ‘Mark’, desarrolló el primer aparato que ejecutaba cálculos complejos automáticamente. Así, pieza a pieza, comenzó a forjar una estructura operativa centrada en la informática, dejando atrás los rescoldos de sus inicios.
IBM, como sustrato básico, mantuvo el objetivo de progresar en base a la tecnología y el apoyo de la innovación y un alto número de patentes registradas –lleva 18 años seguidos como la empresa con más invenciones en el mundo-; ha contado incluso con cinco premios Nobel entre sus filas. El PC, en 1981, le dio el espaldarazo definitivo y un renombre que ha llegado a calar en la sociedad en su conjunto. Pero su rumbo en el mundo de las Tecnologías de la Información ha seguido virando para reajustarse a las demandas de los clientes- principalmente después de las famosas pérdidas que cosechó en 1993– y con objeto de reconvertirse en una compañía más centrada en la consultoría y los servicios. Dejó atrás el PC, la fabricación de discos, impresoras… y en los últimos 10 años ha comprado 116 empresas de servicios y de software.
IBM ha querido seguir manteniendo sus valores con las miras puestas en el progreso y en la búsqueda de espacios de valor. A buen seguro que mantendrá esta trayectoria, siempre ligada a su propia transformación cada vez que se lo solicite el propio mercado. El éxito para perdurar otros cien años estará marcado por su capacidad de adaptación.