En mis años de MBA, hace ya algún tiempo, surgía con fuerza un nuevo concepto importado de EEUU que, bajo el nombre de Responsabilidad Social Corporativa, pronto fue abrazado con entusiasmo por las grandes compañías, principalmente de la mano de sus CEO y Marketing Managers asiduos a las charlas de las escuelas de negocio y deseosos de potenciar su marca.
Aunque el acto de devolver a la sociedad parte de lo que se toma de ella se lleva practicando desde hace décadas, tiene su origen en el Asociacionismo del siglo XIX que buscaba apoyar a las comunidades y a la democracia. Lo que ahora se convierte en novedad es la habilidad de instrumentalizar esa idea para generar beneficios tangibles en el entorno corporativo, cosa perfectamente aplicable a compañías pequeñas y medianas, y no sólo a las grandes. La mejora de la imagen de marca es sin duda uno de los grandes beneficios en el entorno de empresa, si bien el incremento de la rentabilidad es otro aunque más discutido.
Personalmente considero que las compañías, como entes organizativos que generan trabajo y riqueza, deben asumir cierto compromiso, y aún más, en una sociedad cada vez más globalizada este compromiso debería de ser aún mayor. Todas las empresas, incluso las pequeñas y medianas, influyen en la evolución de la comunidad y, por tanto, son, en cierta medida, responsables de su configuración. Creo que como directivos, podemos influir positivamente en nuestra área de responsabilidad, pero también algo más allá de ella mediante nuestra acción ética, especialmente en estos momentos en que otros referentes están en franco declive.
Pero también deberíamos considerar las razones prácticas para apoyar medidas que reviertan en una mejora del medio ambiente y de las personas. Si gestionamos recursos ajenos debemos considerar siempre y con seriedad los beneficios reales de cualquier actividad sea de la índole que sea. Mejoremos la imagen de marca, pero teniendo en cuenta una mayor fidelización y aumentemos el compromiso ético de los empleados respecto a la empresa para conseguir una importante ventaja en la gestión. De esta forma, el atractivo de la compañía hacia otros stakeholders, tales como accionistas, proveedores y clientes también se incrementa notablemente y eso es algo que revierte directamente en valor añadido.
Si la Responsabilidad Social Corporativa busca incrementar la sostenibilidad como concepto amplio, creo que es poco discutible que una gestión seria refuerza los vínculos con la comunidad y añade seguridad a medio y largo plazo, algo que cualquier manager debe buscar si desea apostar por el equilibrio de conseguir resultados y garantizar la sostenibilidad de los mismos en el tiempo.
Es un hecho que la magnitud de los recursos invertidos variará en función del tamaño de la organización, pero cualquier empresa puede ser socialmente responsable con apenas inversión. Por ejemplo, de acuerdo a la ISO 14001 de Medio Ambiente es posible establecer criterios aunque no se haya obtenido tal certificación; también puede dedicarse una pequeña parte del tiempo del trabajo a proyectos sociales con resultados altamente satisfactorios. Igualmente, pueden suscribirse acuerdos de protección de minorías desfavorecidas, o quizás contratar a personas cuyas minusvalías que no sean obstáculo para desarrollar determinados trabajos que a buen seguro les sorprenderá su grado de implicación. Cuando haya que retirar residuos o material informático obsoleto, por poco dinero puede entregarse a una empresa que garantice un tratamiento que cumpla o supere la legislación de medio ambiente.
Con todo ello, podemos gestionar nuestros negocios éticamente estableciendo metas empresariales compatibles con el desarrollo sostenible de nuestro entorno y de la sociedad. Ayudar ayudándose no está reñido con los objetivos a corto plazo, si no todo lo contrario.
