Mil artículos de opinión, cientos de entrevistas, novedades infinitas y avances tecnológicos por doquier. Conceptos tecnológicos que igual de rápido suben a los cielos que sucumben como un ave fénix, pasto de otras novedades sin piedad. Un buen cartel de periodistas avezados, un batiburrillo de cigarrillos humeando en los ceniceros de la redacción y ese ansiado mensajero que no llega con la foto que nos falta para la portada. Rueda de prensa en Gran Vía, tiempos de compras de compañías, litigios de copyright o la búsqueda del unicornio disruptor: todo es una locura, pero el tiempo todavía parece fijo. El Simo, la meca del sector, concentra una semana frenética de trajín periodístico y todo el equipo se deja el pellejo en el intento. Conectarte a la red resulta un infierno y los disquetes se estropean con sólo mirarlos. Los procesadores son de risa y los portátiles son todo menos portátiles.
Época de terminales tontos y de PC inteligentes que ya forman parte del museo de los horrores tecnológicos. Internet llega a nuestras vidas y los móviles van tomando posiciones. El director de informática cambia la bata por la corbata y Gartner es palabra de Dios. Han pasado veinte años, del periódico semanal pasamos a la plataforma digital. El silbido de los tuits invade las estancias e Internet es nuestro espacio. En la mochila hay que hacer hueco a la tableta, al smarthpone, al PC ultraplano, a la cámara de vídeo… Periodistas multidispositivo multiplicados para un mundo multicanal. El mundo ha dejado de ser estático.
En 20 años todo ha cambiado en el periodismo, aunque su función esencial permanece, como una ley universal que se empeña en seguir su propia órbita. La tecnología nos ha cambiado. Ya no somos sólo testigos de los cambios, sino que cambiamos al mismo tiempo y formamos parte de la realidad que retratamos. Somos redes sociales, somos business analytics… somos datos que algún espabilado sabrá sacar partido y monetizarnos, mientras nosotros seguimos como hormigas construyendo la gigantesca bola digital.
