Uno va conduciendo y comprueba cómo un joven conductor suda la gota gorda para que no se le cale el coche de la autoescuela, por culpa del dichoso embrague. Y por la radio escucho que Uber ha empezado a ofrecer viajes con automóviles sin conductor en Pensilvania, cuatro Ford Fusion que de momento circularán gratis por el centro de Pittsburgh. Aparco enfrente de un videoclub de barrio que resiste a los embates del tiempo, y en la marquesina del bus veo un gran anuncio de Netflix, que por una módica cantidad mensual ofrece series y películas a disfrutar por cinco usuarios en cualquier tipo de dispositivo. Podría seguir con ejemplos en diversas disciplinas; hasta hace muy poco en Periodismo se enseñaba a utilizar el tipómetro, en pleno auge de programas de diseño y maquetación como Quark XPress o InDesign. Ahora que empieza el curso, las papelerías hacen el agosto vendiendo a tutiplén lapiceros, blocs, cartabones, escuadras y diccionarios de bolsillo. Los estudiantes salen cargados de bolsas con un material que ya es obsoleto para la España digital de la que tanto hablamos en el sector y que fuera de él pareciera tratarse de un espectro. Una conocida consultora tecnológica acaba de donar varios equipos a un colegio malagueño, con ¡monitor CRT! Lo que se dice una gran aportación para el futuro y progreso de la educación. El último estudio de la Sociedad en Red arroja una cifra preocupante: apenas el 15,4% de empresas de hasta 10 empleados compró algún servicio cloud, ratio que se divide por tres en el caso de las microempresas. En suma, están en su nube. Es como una doble moral. Mientras los gurús nos venden las smart cities con led multicolor en un mundo hiperconectado y perfecto, en las calles de las ciudades cunde la basura y el desconcierto urbanístico.
