Hemos escuchado el mismo discurso en persona a Michael Dell,Joao Paulo da Silva de SAP Ibérica, a José María de la Torre de HPE… y podría seguir en un etcétera casi infinito. A las grandes empresas les pone ser startups y transmitir esa imagen de innovación con acné y voz desentonada. Y dar cobijo a esos adolescentes superdotados que son capaces de encontrar caminos donde el común de los mortales solo ve barreras. En la mayoría de los sectores, las grandes compañías han puesto en marcha aceleradoras, incubadoras y demás ecosistemas para poder dar salida a estos emprendedores que brillan con una luz prometedora pero que necesitan de un seno materno para poder desarrollarse y triunfar en el futuro. En estas grandes firmas se les ve con aire paternalista, muy modernas y muy siglo XXI, aperturistas y sin más interés aparente que contribuir a la co-innovación y al desarrollo de la sociedad.
Las multinacionales no pueden disfrazar que existe un miedo a estos pececillos que son las fintech, insurtech y ‘demastech’
Pero uno, como periodista con costra, siente repelús por los mensajes celestiales, de que el paraíso está al alcance de nuestra mano, mediante un cambio cultural y una tecnología omnipotente. Hay mucho por innovar, se quejan y no les falta razón. Pero ante tanto adorno y perifollo de marketing, las multinacionales no pueden disfrazar que existe un miedo a que estos pececillos que son las fintech, insurtech y ‘demastech’, no solo les muerdan los dedos de los pies, sino que terminen devorándoles una pierna o el tronco. Las alarmas suenan con estridencia, la digitalización es una trituradora de negocios convencionales, y el que más y el que menos ya atisba sus arrugas en el espejo. Es el momento de hacerse un lifting, maquillarse de startup, invocar a la innovación continua y ponerse la ropa de los veinte años. Lo complicado es mantener la figura de cuando era joven, algo que puedo constatar cuando trato de embutirme mi ajado traje de boda.