Si hay una conclusión que nos deja este 2022, es la consciencia de una necesidad cada vez más imperante de desarrollar, por fin, una autonomía y soberanía tanto estratégica como digital a nivel europeo. En los últimos meses, un conflicto bélico en el corazón de Europa ha puesto sobre la mesa la contribución de la Unión Europea a la disuasión y defensa territorial, situando la materia de seguridad (y ciberseguridad) en una de las principales prioridades de los países. Una autonomía estratégica que ni mucho menos debe entenderse como una confrontación entre el europeísmo y el atlantismo, sino como una necesidad de potenciar la capacidad de autonomía del continente para ser precisamente un refuerzo a la OTAN.
Pero los intereses de la autonomía estratégica no se limitan a la seguridad y la defensa. Se aplican a una amplia gama de cuestiones, como la economía, la industria, la defensa y esperemos la energía. Y sobre ello, planea una cuestión transversal: que Europa adquiera una posición independiente que garantice su autosuficiencia tecnológica y, sobre todo, la soberanía digital, un concepto que va más allá de la industria y que se amplía a la ciudadanía que interactúa digitalmente.
Soberanía digital
La Unión Europea aspira por tanto a esa soberanía digital, pero si analizamos los ejes estratégicos para lograrlo, veremos que cada país tiene una visión diferente: en Alemania, la mayor preocupación es su modelo industrial y apuestan por ganar la batalla de los datos en este ámbito, mientras que el otro gran líder europeo, Francia, tiene las mayores empresas líderes en servicios digitales, por lo que su principal motivación es proteger a estas compañías. Y no podemos olvidar la existencia de los operadores de telecomunicaciones procedentes de cada país europeo, con el hándicap existente que arrastran del alto coste de las infraestructuras que necesitan para crear las redes del futuro. Por último, un vistazo a Países Bajos o Irlanda, que han adoptado un nuevo rol como vehículos alternativos a Reino Unido -tras el Brexit- en el desembarco de los Hyperscale Data Center de Estados Unidos en el mercado único. Desde Inetum, abogamos por una colaboración entre lo público y lo privado como base del éxito para lograr una estrategia común. La duda en Europa es si va a existir un marco de colaboración como el que se da en Estados Unidos y China para poder desarrollar esta necesaria soberanía digital.
En Europa se trabaja para garantizar la protección de los datos personales, la ciberseguridad y que se imponga un marco ético a la IA
¿Y qué está haciendo Europa en este sentido? Desde las instituciones europeas se está trabajando para avanzar hacia un entorno que garantice, entre otros, la protección de los datos personales, la ciberseguridad y que imponga un marco ético a la inteligencia artificial, impulsando una necesaria seguridad jurídica para construir un nuevo escenario con una economía digitalizada, que le permita no tener dependencias exteriores. Así, recientemente ha publicado el reglamento europeo Digital Markets Act, conocido como DMA, que será efectivo en abril de 2023, con el que aspira a liderar la competencia en el mercado digital, para asegurar precisamente ese desarrollo de la futura economía digital. Junto al DMA, tiene sobre la mesa el DSA (Digital Services Act): con ambos reglamentos se asentarán las bases jurídicas de la Europa del futuro, hacia esa autonomía tecnológica global y abierta, sin perder de vista los valores europeos. Asimismo, en febrero de este año se publicó la Data Act, que establece el marco de referencia de uso de los datos compatible con la GDPR, tan temida fuera del perímetro europeo. Las empresas conocedoras del marco legal europeo tendrán una mejor posición en el tratamiento de los datos, y podrán ser más competitivas en la prestación de los servicios tecnológicos.
En definitiva, Europa tiene trabajo por delante. Es un actor de primer nivel, y la fortaleza que la Unión Europea ha demostrado durante estos meses, cohesionándose en aspectos donde parecía que había más divergencias, debe impulsar su especificidad, más como una aportación de valor que como una yuxtaposición a los modelos de otras potencias mundiales.