Las colosales operaciones de rescate y las quiebras de grandes instituciones financieras como AIG han animado a las firmas supervivientes a evaluar la debilidad de su propia gestión de riesgos, y a marcar la estrategia para minimizar su exposición y reforzar los requisitos de conformidad en sus procesos de negocio.
Las entidades necesitan un acceso consistente y oportuno a los datos empresariales fiables, para valorar con precisión el riesgo de contraparte y asignar las reservas de capital. Una situación común es una infraestructura de silos dispares, que almacenan datos clave de referencia sobre contrapartes, clientes, productos, cuentas, etc. Los procesos de reconciliación manual elevan la probabilidad de errores tanto en el análisis de la exposición al riesgo como en las decisiones subsiguientes que afectan a la asignación del capital. Para complicar las cosas, algunas líneas de negocio operan en condiciones de mercado volátiles, opacas y complejas de valorar y con múltiples zonas horarias y divisas.
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A comienzos de 2008, AIG era la mayor compañía de seguros del mundo. Mantenía una calificación crediticia AAA y estaba considerada como el estándar de oro desde la perspectiva de exposición de crédito y de contraparte. Sin embargo, a finales de 2008, se vio obligada a recibir <strong>173 millones de dólares</strong> en concepto de rescate federal y declaró escalofriantes pérdidas de 62.000 millones de dólares en el último trimestre. El Tesoro de Estados Unidos terminó poseyendo el 80% de la compañía.
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Esencialmente, AIG suscribió contratos de seguros financieros respaldados por su propio colateral. Cuando la mayoría de estos contratos perdieron valor, tuvo que aportar más colateral para evitar el incumplimiento. Cuando su colateral se agotó, el gobierno estadounidense decidió rescatar a AIG después de concluir que los contratos debían respetar todo su valor para evitar una quiebra colosal, global y sistémica. Parece que al menos otras siete grandes instituciones tampoco reconocieron, ni midieron, su propia exposición de contraparte a AIG. La lección clave que se extrae de esta experiencia es que toda entidad debe conocer sus exposiciones en todas sus líneas de negocio y regiones geográficas, a cualquier nivel de la organización.
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Los pasos específicos que los bancos pueden dar incluyen: integrar de forma precisa los datos de clientes y contrapartes para todos los productos y geografías; ajustar las métricas de retorno del capital para considerar la exposición al riesgo completa; y desarrollar e implementar sistemas de monitorización y alertas para prevenir las decisiones no informadas.
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El núcleo o base de una solución diseñada para monitorizar y gestionar las complejidades del riesgo es un sistema de gestión de datos maestros (MDM), que mide la fiabilidad de todos los tipos de datos de referencia y gestiona las jerarquías para las contrapartes, clientes, productos y cuentas, comunes a todas las aplicaciones utilizadas por diversas líneas de negocio. Al aprovechar los datos de referencia fiables, las entidades pueden medir su exposición al riesgo de forma más rápida y precisa, evitando las indeseables concentraciones de riesgo o respondiendo a los eventos adversos y garantizando la conformidad con los requisitos de capital.<br />