No hace falta ser un Shakespeare para saber que uno de los debates más importantes que vive la humanidad es el de si es soberana de su privacidad o si es capaz de renunciar a ella por un paraíso de servicios digitales. Los viejos luchadores por los derechos, que todavía conservan un mechero del Che Guevara o saben de memoria los ‘Vientos del Pueblo’ de Miguel Hernández, seguro que son partidarios de mantener su esfera personal a salvo de las garras del neocapitalismo que se pasa por el forro la historia de las revoluciones y el progreso de la ciudadanía.
Los baby boomers en general, entre los que me encuentro, suelen ser escépticos con la autoridad y saben que son los poderes fácticos en la sombra los que manejan los hilos políticos y económicos. Luego están los millennials que, más concienciados por la degradación del medio ambiente y deprimidos por la falta de horizonte profesional, llevan la tecnología integrada en su modus vivendi y no consideran el tema de los datos personales como un factor inalienable. De la generación Zeta, ni hablamos, nacieron de serie con la tecnología y amamantaron los sueños del iPhone y el postureo de Instagram.
De la generación Zeta, ni hablamos, nacieron de serie con la tecnología y amamantaron los sueños del iPhone y el postureo de Instagram.
Pero el debate está ahí, con dos visiones antagónicas. De un lado, los europeos que han consagrado la protección de datos como un derecho fundamental, y de otro, los estadounidenses, que entregaron su alma a la National Security Agency tras la publicación de la Patriot Act, como consecuencia directa del salvaje atentado de las Torres Gemelas. Quizá no sea para tanto. Si quieres usar un GPS, necesitas facilitar tu ubicación. Si quieres usar pago digital, tienes que facilitar tu número de tarjeta…
Todo son condiciones para poder hacer uso de la tecnología de vanguardia. ¿Significa por ello que has renunciado a tu libertad? No estoy seguro. Tampoco me imagino a Donald Trump escuchando mis conversaciones de barra de bar. Pero sí me inquieta lo fácil que puede ser que utilicen tus tuits, tus wasaps, tus vídeos personales… para arruinarte la vida. Y sobre todo, el poder de la mentira (la postverdad) que se ha convertido en el principal mecanismo para desprestigiar las cosas que realmente importan.